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más conocimiento de mí mismo y con la confianza y seguridad que hoy estoy anhelando.

      En el mundo de hoy abundan casos de intolerancia infantil; a mí me pasa con mi hija, a pesar de haber recorrido este bello proceso, hay muchos profesionales con carencias emocionales grandes, personas con competencias increíbles que no desarrollan su potencial por tener rezagos de su pasado e historias vividas o contadas, que no les permiten trascender en su vida; en realidad ,existen muchas personas que pueden identificarse con la construcción de mí mismo que quiero crear, desarrollar y profundizar, así que con el esbozo que estoy comenzando a exponer, desearía poder aportar algo para que quizás volteen su mirada a que todo lo que llegue, aparentemente malo o doloroso en la vida, puedan resignificarlo y darle también su lugar positivo, pero la clave de lo que deseo poder mostrar ante ustedes, es que necesitamos de toda emoción para vivir y que realmente es posible abstraer lo mejor y lo peor de cada espacio para existir.

      ¿Y si no me escuchan? ¿Y si no me ven?

      Bueno, ¡acá estoy!

      Es el tercer día de la segunda conferencia del programa Avanzado de Coaching de Newfield Consulting, Alberto Wang, instructor de Bioenergética, da la instrucción de golpear la cama o el sofá en donde estemos con las dos manos, y lo que comienzo a sentir es cómo una energía extraña y poderosa se apropia de mis brazos, una energía llena de rabia, odio, molestia, una rabia que si hoy puedo darle un nombre, podría decir a gritos que esta se llama “aniquilar”; doy el primer golpe y mis brazos están cargados, tienen sed de desahogarse; segundo golpe, este sale dos veces más fuerte que el primero, tercero, cuarto, comienzo a golpear como si nunca le hubiera pegado a algo, los cojines saltan, la tela se estira y encoje, apenas puede hacerlo, dada la velocidad con la que le pego a la cama, y es aquí, en la efervescencia de este movimiento que comienzan a salir unas lágrimas gigantes, cargadas, aglomeradas, llenas de un dolor que se había alojado allí por mucho tiempo, lágrimas liberadoras, dicientes, honestas, lágrimas que comenzaron a fluir con un sollozo fuerte de mi parte, que tímidamente insinuaba a decir ¡Basta!, ¡Ya no más! Lo siguieron los gritos que se podían escuchar en lo más recóndito de ese hotel, donde decidí alojarme para poder cerrar la conferencia, y ahí, en ese preciso momento, en el que en un mágico instante de mi boca salió con un grito exacerbado algo como: ¡Esta violencia no es mía!, así que a partir de este momento la fuerza, la rabia, la molestia, todo lo que me estaba empujando, cesó, frenó, se fue; la fuerza en los brazos radicalmente disminuyó y de un solo movimiento, mis brazos y cabeza cayeron a la cama, sin nada más que hacer; el trabajo estaba hecho, la violencia, golpes, maltratos, gritos y todo lo que había vivido de niño había sido expuesto, había salido a la realidad del adulto que, desde ese momento, declaraba: ¡Esa violencia no es mía!. Fue así como Ana Murillo, en el momento que se lo expongo en el espacio de compartir la experiencia, completa la frase, dejándola como una gran declaración de vida, ¡Esa violencia no es mía, la energía sí! Y quedo así, abierta y expuesta, amorfa y completa, pero iniciada, queriendo ser complementada con nuevas formas de explorar lo allí sentido, quizás desde ese momento comenzaron a generarse en mí nuevas oportunidades para verme y mostrarme, de encontrar en mi cuerpo nuevas corrientes de emociones y sensaciones que iniciaban un camino de compañía para entender un poco más cuál era ese dolor en mi existencia.

      Inicio este relato con la frase mencionada y con esta experiencia vivida, ya que a pesar de haber sido encontrada en la mitad del programa realizado, es por donde me debo enfocar el desarrollo de mi Proyecto de Investigación Ontológica, ¿Cómo y desde dónde de niño, joven y adulto, me muestro ante el mundo?, ¿Cómo, desde los recursos que aprendí en este caminar por la vida, aprendí a hacerme visible? ¿Cuál era la necesidad de ser visible en la vida? ¿Por qué, si ya existía como ser, tenía que ser validado por los demás? Estas y otras preguntas que puedan surgir, tienen respuestas en las experiencias y relatos que les mostraré en este proceso y todo lo compartido, como la rabia, la tristeza, la víctima, el victimario, la resignación, la prepotencia, la arrogancia, la justicia, la injustica, todas ellas fueron herramientas útiles y muy bien afinadas para ser usadas como recursos defensivos, rutinas de defensa las cuales lograban generar algún tipo de visibilidad ante el mundo, alguna forma de llamar la atención, algún tipo de herramienta útil para poder moverme en la vida de extremo a extremo, en donde aprendí que así era más fácil actuar, estar presente, muy diferente al espacio a llegar hoy, a ese añorado justo medio, equilibrado, a un lugar en donde existe la compasión, la humildad, el amor propio necesario para poder entender y visualizar que una solución armónica y acorde a la situación, estaba en el hacerme cargo y actuar liviano en la vida, hacer lo que me generara tranquilidad mas no realizar lo más extremo posible para ser visto, para ganar un espacio el cual ya había ganado por haber venido al mundo y estar aquí.

      Hay mucha tela por cortar, así que inicio por lo que ha sido lo más evidente que he encontrado en mí. en todo este proceso, y es la forma en la que me paro ante el mundo en el momento que se llega a generar, así sea un indicio de transgresión a mi integridad como persona, a mis emociones, a mi cuerpo, al ser constitutivo que soy; cuando veo que se va a generar o va a llegar un inminente ataque hacia mí, y un “ataque” puede ser un consejo, un comentario, un roce físico sin intención, lo comienzo a ver desde la defensa, desde el no dejarme “vencer”, lastimar; “ya ha habido mucho maltrato, algo más no es tolerable”; en cuanto eso aparece o se vislumbra, arranco inmediatamente a colocarme la primera armadura, a vestir a ese ser que se va a defender, ¿Pero desde dónde lo hago? ¿Desde dónde me paro para ejercer mi posible defensa?, bueno es aquí donde aparece el primer grupo de herramientas aprendidas, ellas son la rabia y el victimario estos dos compañeros de vida que me han acompañado por años, que han sido copartícipes de la construcción de mi vida, los cuales, consciente o inconscientemente, he utilizado en todos mis sistemas para abrirme paso, de buena o mala manera, en todo lo que he querido construir, y se me vienen a la cabeza las relaciones de amigos, compañeros de trabajo, familia, para mostrarme como el “fuerte”, el “malo”, el “dominante”, el que a los ojos de muchos sistemas es totalmente “completo” y no se deja vencer. Hoy me doy cuenta que eso solo trae dolor, incertidumbre, agotamiento físico y emocional, estar siempre a la defensiva, con herramientas poderosas, pero a su vez desgastantes, tiene un alto costo, el costo que he pagado de sentirme, después de esos momentos de alta efervescencia, la víctima de lo que ha sucedido, el “pobrecito”, el que genera “lástima” por lo que le sucedió, el que está “triste” y “dolido” y de una u otra manera, llama la atención de nuevo, pero para que lo acompañen y vean por qué ha sido el más perjudicado de todo lo que ha sucedido y ha hecho; lo peor de todo esto es que me acompañaban en ese “dolor”, validándome aún más esa víctima mostrada; qué gran forma de moverme en la vida, es muy poderosa, atrae gente, acumula lastima, pero hoy ya no es un recurso, no lo veo como válido. Así que con esto descubierto, esto que describo acá, que es un ciclo continuo, constante, que lo veo en diferentes sistemas, lo he adaptado perfectamente, porque funciona, la tristeza y estar parado desde la víctima intenta “ocultar” el gran daño cometido por la rabia, la violencia y la fuerza con la que me he parado para defender mi lugar, mi postura, mi integridad.

      Pero justo aquí, donde ya hay un resultado importante de lo cometido, es donde aparece algo más, algo mucho más fuerte y perjudicial, aparece una sutil pero bien llamada “resignación”; comienzo a ver lo que hice, cómo me dolió, y cómo le dolió a los demás, cómo hice daño, transgredí, pasé por encima de los otros, logré hacer en los demás lo que no quería pasara en mí, y acá me pregunto ¿Realmente estaba defendido mi integridad, o quería lastimar la del otro para que la mía no fuera vulnerada? ¿Habrá un costo asociado de dañar al otro? ¿Cuánto daño llegaba a mí de esas acciones? ¿Cada vez que generaba daño, parte de él regresaba a mí? ¿El primero atacar y luego justificar, fue la rutina constante aprendida desde niño que fue utilizada en mí?, y la respuesta a estas preguntas está clara y es un sí rotundo a todas, atacar en mi está estructurado, fue lo que aprendí, para evitar que las cosas se desborden, ataco, aniquilo, reduzco totalmente, no hay cabida para negociar, revisar un punto medio, permitir que exista por lo menos un dialogo, poder construir un trasfondo compartido de inquietudes; no, eso no existe, solo existe el no dejarme vulnerar, ¿Fuerte no?, pero es más fuerte el verlo, reconocerlo,

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