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los hechos para respaldar una teoría nunca debería ser aceptable. Y tenía la certeza de que era lo que había ocurrido con el Dios verdadero de todas las creencias.

      Dejó de especular y se centró en la realidad más cercana, más próxima. Uno de sus sistemas hereditarios de conocimiento le advertía de que había algo que se le escapaba. En todas las acciones competenciales de la embajada, en sus buenas maneras y en su constante intranquilidad por ellos, le preocupaba un tema que no llegaba a abarcar: la salida de Budapest. Se mostraba evidente que su salida de la capital húngara no podía ser un viaje de vacaciones, un desplazamiento de visita a familiares, y rezaba para que, en la rutina, la propia delegación diplomática tuviera constancia de que sus movimientos y los visitantes que recibía siempre estaban controlados por los servicios del Reich. En las dos visitas que había realizado, observó varios movimientos exteriores sospechosos que no se correspondían con los horarios diurnos en que se realizaron. Nada quiso comentar, porque estaba convencido de que la propia seguridad de la delegación ya los debería tener calificados. Pero estaba seguro de que algo se le escapaba.

      Al arribar a su domicilio y sentado en uno de los desvencijados sillones de la sala, le esperaba una inesperada sorpresa: uno de los miembros de la seguridad de la delegación española.

      —No ha tardado demasiado —afirmó en ladino.

      —¿Y tú quién eres? —preguntó Daniel, siguiendo la misma línea vehicular.

      —Me envían de la embajada. Tengo que recoger toda la parte de equipaje que deseen llevar en su viaje de regreso a España. Aunque les aconsejo que sea ligero.

      —¿Y eso?

      —Es todo lo que puedo comentar. Tengo instrucciones muy concretas y la seguridad así lo determina.

      Edit apareció por la puerta, de improviso, con una humeante taza de café.

      —¿Has escuchado lo que ha dicho? —preguntó, inquieto.

      —Sí. Ya lo tengo preparado. Se lo llevará en un par de bolsas que no llamen la atención.

      —No lo entiendo. ¿Me lo podrías explicar, por favor? —indagó ante el representante consular.

      —Tengo instrucciones concretas que por su seguridad no puedo comentar. Lo único que puedo indicar es que en un par de días o tres se efectuará su salida, tal y como estaba prevista.

      —¿Eso quiere decir que la documentación ya está en marcha?

      —No lo sé. Yo solo cumplo instrucciones. —Pautó la respuesta.

      La estrategia de la embajada Daniel la llegaba a considerar con una perfección propia de los servicios de inteligencia. Los propios interesados desconocerían el cómo y el cuándo saldrían de Budapest, lo que concedía un término mayor de seguridad en su evasión. Se sentía feliz por los suyos, aunque un poco preocupado por la reacción de David, un muchacho que perdería a sus compañeros durante mucho tiempo, y casi podría asegurar que el mucho tiempo podría convertirse en siempre. Aunque también su adolescencia podría reconciliarse en un enfoque positivo para sus relaciones amistosas en cualquier otro país. Entre ellos, entre la familia, hablaban en diversas ocasiones en ladino y lo hacían para no perder una parte del legado legítimo de sus ancestros y, además, con la convicción de que la referencia con el castellano tenía visos de una rápida asunción de la nueva lengua.

      Quería preguntarle muchas cosas a aquel enviado de la representación, preguntas que estaba convencido de que quedarían sin respuesta y las desechó a la espera de sus indicaciones.

      —¿Dos o tres días?

      —Sí, más o menos. Yo volveré en cuanto tengamos alguna novedad y entonces espero poder ser más explícito. De momento, las instrucciones que tengo son las de hacer llegar a la delegación las pertenencias que llevarán durante el viaje y poca cosa más.

      —¿Sabes cuándo volverá David? —le preguntó a su esposa.

      —No creo que tarde. Pero su ropa ya está preparada y, como me ha sugerido este señor, no puede ser muy voluminosa.

      —No, solo para el viaje.

      —Entiendo que será largo, ¿no? —comentó Edit.

      —Por la práctica que tenemos, calculamos entre tres y cuatro días. Las comunicaciones están bastante dañadas y también ciertos tramos de vías ferroviarias. Pero lo cierto es que desconozco cuál será la planificación para vosotros.

      —Bien. Ya lo tienes todo preparado —ilustró la mujer.

      Se levantó, agradeció el café y se dirigió a la puerta de salida en el mismo instante en que David hacía su aparición.

      En casi todos los países europeos el tráfico de pasajeros en líneas aéreas comerciales, exiguas, se mostraba inexistente debido a la escasez de combustible, por lo que su viaje hacia España, país considerado como del Eje por entonces, solo podría tener una forma reguladora: ferrocarril o carretera. En ambos aspectos, los obstáculos se revelaban más que imprecisos debido a los diferentes frentes de guerra activos y con las consabidas catástrofes que conllevaba su estrategia militar: puentes destruidos, líneas de tren seccionadas, además de otros estragos en carreteras de zonas donde la propia beligerancia no las considerase necesarias. Sería un viaje complicado. Así se lo expuso a la familia:

      —¿Cómo estás, David?

      —Bien, papá. ¿Quién es ese señor? —preguntó.

      —Uno de los que nos pueden salvar la vida.

      —¿Y qué os ha dicho?

      —Que es posible que en un par de días iniciemos el viaje.

      —Bien, estoy preparado. No he dicho ni una sola palabra al grupo. Solo George sabe que es posible que desaparezcamos y me ha dado la dirección de una tía suya para que le escriba desde donde estemos y así no perder el contacto.

      —Eso está bien —comentó la madre—. De esa manera, y caso de que todo salga bien, podrás continuar en contacto con él.

      —Empiezo a estar impaciente. Voy a sacar el mapa.

      En los últimos días el mapa de Europa había sido uno de los principales estímulos de la sobremesa. Se sentaban en la mesa del pequeño comedor y sobre ella extendían el plano tratando de adivinar cómo sería su viaje y las diferentes zonas que tendrían que sortear. Desconocían, al punto, los lugares ocupados por los ejércitos del Eje y por ello todo eran conjeturas. Pero lo que asumían con actitud se mostraba en la certidumbre de que tendrían que atravesar varias fronteras hasta llegar al destino soñado; destino idealizado sobre el cual todavía no habían tenido ninguna conversación definitoria.

      —Sí, sí. Tendríamos que tomar algún tipo de decisión —observó cuando David llegó con el plano.

      —Eso ya lo hemos hablado, papá.

      —Hablado sí, pero decidido no. ¿Tú qué dices, guapa?

      Edit se sorprendió.

      —¿Es para mí la pregunta?

      —No veo a otra mujer cerca —confesó sonriendo.

      —Lo que diga nuestro hijo es lo más importante. Tú y yo nos tenemos el uno al otro, pero su situación será diferente en cualquiera de los lugares en que nos acomodemos, ¿no te parece?

      —Creo que estás totalmente acertada. Por eso el soniquete de guapa. ¿David?

      —No lo sé. Entiendo que, según hemos estudiado en geografía, el clima mediterráneo es muy diferente al del norte de España. Si lo miramos por ahí, creo que lo mejor debería ser una ciudad de la costa. No sé — apreció, aunque sin mucho convencimiento.

      —¿Edit?

      —Estoy de acuerdo.

      —¡Cómo no! —exclamó Daniel, dando por hecho que las palabras del niño establecían ley para la madre—. Pues nada, tema resuelto.

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