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exprese la plurinacionalidad intrínseca de España.82 El pacto constituyente, desde este punto de vista, tendría dos momentos: uno del demos, del pueblo español en su conjunto, y otro del demoi, de los pueblos preconstituidos nacionalmente. Para avanzar en esta línea, por cierto, habría que desterrar, de una vez por todas, el mito, tan infundado, que defiende que España es como si fuera ya un Estado federal, cuando las diferencias, en el orden competencial y en la contribución de las partes a la conformación del Estado general compuesto, son más que notables.83

      En definitiva, se trataría de recomponer el juego de pactos de la Transición aunque desde distintas posiciones:

      –Un pacto democrático que profundizara la democracia también en los ámbitos autonómicos –y locales–, con mayores dosis de deliberación, respeto institucional a derechos, transparencia y cautela contra la corrupción y fórmulas de democracia directa y semidirecta.

      –Un pacto social con nueva fiscalidad, sistemas impositivos más progresivos y mecanismos de refuerzo de servicios públicos básicos a cargo de las CC. AA.

      –Un pacto nacional y autonómico plural en el sentido apuntado.

      Si se me pregunta si soy optimista no podré decir que sí. Muñoz Machado84 ha indicado que hubiera sido sencillo reconocer en la Constitución «hechos diferenciales» de los que se hubieran derivado consecuencias jurídicas, pero la negativa a hacerlo trajo como consecuencia que «durante más de treinta años todas las Comunidades Autónomas han tenido los mismos poderes, sin perjuicio de la posibilidad de ejercerlos de modo diferente de acuerdo con las propias opciones políticas, las tradiciones o la cultura de cada territorio», y concluye: «romper ahora esta igualdad es una opción posible, pero muy difícilmente realizable». En efecto, la dificultad es mucha,85 el enconamiento de algunas posturas y las desconfianzas mutuas, manifiestos. Y emerge otro factor clave: los sectores socioeconómicos hegemónicos están dispuestos a alcanzar los últimos objetivos en el desprestigio y desguace del Estado del bienestar: en las disputas cruzadas entre identidades esta cuestión, que se suele obviar, es la principal. Ya se encargan de ello los poderosos, los que no necesitan las pequeñas identidades para dotar de sentido a sus vivencias pues se pueden permitir ser cosmopolitas del euro. Es la visión que tantos imitadores encuentra en las declinantes clases medias, a la vez debilitadas en lo económico y a la busca de ascenso de estatus en lo simbólico; y en esa tesitura que desprecian las identidades colectivas sólidas, para cambiarlas por un relativismo líquido que, paradójicamente, se siente infinitamente más cómodo con las renacidas virtudes del Estadonación, en el que se pueden conjugar esas veleidades con la seguridad de las fronteras impenetrables. Esto es clave en la difusión de la ideología neouniformista.

      No es rechazable el augurio de Álvarez Junco86 al prever «el mantenimiento de la confusa situación actual durante algún tiempo, con una evolución progresiva hacia una nación progresivamente plural, multiétnica, con diversos niveles de poder y soberanía difusa, cada vez más integrada en una Europa política, quizá con especiales lazos con Iberoamérica», en definitiva: «se inventaría una fórmula nueva, experimental, distinta a los modelos consagrados». En otro lugar –y en otro momento– defendí87 la idea de una España plural, interesante aportación semántica originada en las necesidades tácticas del PSOE, que nunca pasó de las musas al teatro. Y mantuve que la eficiencia de esa pluralidad pasaba por que aprendiera a desprenderse de un doble rasero de medir la realidad, según el que hay:

      –fuentes de normalidad –la prensa nacional, la fiesta nacional, las selecciones deportivas nacionales, los partidos nacionales, etc., entendiendo en todo caso lo nacional como español–; y

      –fuentes de perplejidad –todo lo periférico que entra en contradicción con lo nacionalespañol o que se exaspera contra la folclorización de sus expresiones políticas o/y culturales.

      Desde ese punto de vista planteaba tres hipótesis:

      1.Modelo de nacionalismo dominante: España más autonomías, con una tendencia a lo jerárquico uniformista en un marco imaginado como único.

      2.Modelo de nacionalismos coexistentes, cercano a la conllevancia orteguiana: una España plural débil, condenada al conflicto y a la negociación intensa permanente que obliga, de facto, a la mayoría de la población a ir definiéndose en torno a parámetros nacionalistas.

      3.Modelo postnacionalista: una España con voluntad de integración, en el sentido de aspirar a ser el fruto de repensarse globalmente y de reconstruirse institucionalmente, en busca de una visión fuerte de la España plural, con una tendencia a lo reticular en los imaginarios colectivos.88

      Me parece que, como estructura de análisis, esta sinopsis sigue siendo válida. Pero hay una variante demasiado potente como para no ser apreciada y que atraviesa, en sentido estricto, toda idea reformista: la propia crisis, destructora de mundos de certezas, aunque fueran certidumbres radicadas en los terrenos sísmicos de la política. La crisis golpea el mundo constitucional conocido y favorece la centralización, pero pocos estarán en condiciones de establecer vínculos entre ambos hechos. Sin embargo, en el horizonte también hay signos de esperanza, siquiera sean débiles y contradictorios: los movimientos de resistencia, las lecciones aprendidas –si no se olvidan–, las aportaciones técnicas serias y formuladas honestamente, aunque sea desde la urgencia, pueden abrir expectativas. Pretender que el Derecho, per se, dé las respuestas significativas será inútil: es en el terreno de la política pura donde se va a jugar la partida. Donde ya se está jugando.

      1C. Fuertes Muñoz: «La nación vivida. Balance y propuestas para una historia social de la identidad nacional española bajo el franquismo», en I. Saz, F. Archilés (eds.): La nación de los españoles. Discursos y prácticas del nacionalismo español en la época contemporánea, Valencia, Publicacions de la Universitat de València, 2012, p. 282.

      2I. Saz: «Políticas de nación y naciones de la política», en F. Archilés, M. García Carrión, I. Saz (eds.): Nación y nacionalización. Una perspectiva europea comparada, Valencia, Publicacions de la Universitat de València, 2013, p. 273, p. 82.

      3J. M. Castellet: Nueve novísimos poetas españoles, Barcelona, Península, 2.ª ed., 2006, p. 43.

      4Saz ha mostrado cómo dentro del franquismo coexistieron dos visiones del nacionalismo español, básicamente nucleadas en torno al falangismo y al tradicionalismo católico. Considero que tales distinciones eran menos operativas en la etapa final del Régimen y, a la vez, no desdicen, aunque matizan, el argumento concreto que indico. I. Saz: España contra España. Los nacionalismos franquistas, Madrid, Marcial Pons, 2003, pássim.

      5Z. Box: «El nacionalismo durante el franquismo (1939-1975)», en A. Morales Moya, J. P. Fusi Aizpurúa, A. de Blas Guerrero (dirs.): Historia de la nación y del nacionalismo español, Madrid, Galaxia Gutenberg-Círculo de Lectores/Fundación Ortega y Gasset, 2013, pp. 916 y ss.

      6I. Saz: «Visiones de patria entre la dictadura y la democracia», en I. Saz, F. Archilés (eds.): La nación de los españoles. Discursos y prácticas del nacionalismo español en la época contemporánea, Valencia, Publicacions de la Universitat de València, 2012.

      7E. de Diego: «Al fin cosmopolitas. (La aparente internacionalización del arte español en las últimas décadas)», Revista de Occidente, 122-123, Madrid, 1991, p. 202.

      8J.-C. Mainer, S. Julià: El aprendizaje de la libertad. 1973-1986, Madrid, Alianza, 2000, pp. 164 y ss. (El texto aludido es de J.-C. Mainer).

      9A. de Blas Guerrero: «Cuestión nacional, transición política y Estado de las Autonomías», en A. Morales Moya, J. P. Fusi Aizpurúa, A. de Blas Guerrero (dirs.): Historia de la nación y del nacionalismo español, Madrid, Galaxia Gutenberg-Círculo de Lectores/Fundación Ortega y Gasset, 2013, p. 939.

      10A. de Blas Guerrero: Tradición republicana y nacionalismo español, Madrid, Tecnos, 1991. J. Cuesta Bustillo: La odisea de la memoria. Historia de la

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