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la cantidad exacta al quiosquero. El planteamiento culturalista que estamos examinando ahora fija su atención en el hecho de que el lenguaje, por su contenido, se caracteriza por ser simbólico. Naturalmente los símbolos del lenguaje hablado no dejan huella, de manera que tenemos que esperar hasta el surgimiento de la escritura, hace cinco mil años, para toparnos con las primeras muestras lingüísticas. Sin embargo, el arte, la religión o los adornos indumentarios también manejan símbolos.

      Hay toda una corriente de pensamiento que, desde Cassirer (1923-1929), se ocupa del surgimiento de los símbolos como manifestación de las capacidades humanas y considera que el lenguaje forma parte de las mismas, sin que sea necesario atribuirlo a ningún módulo mental específico. En este sentido son de destacar investigaciones recientes sobre las pinturas de Altamira y de Lascaux que muestran cómo hay una serie de esquemas de acción (Agente-Paciente, Instrumento-Objeto, etc.), los cuales subyacen a la fabricación de instrumentos y a las representaciones plásticas de índole mágica o funeraria. El lenguaje, en sus primeras fases, tuvo que acomodarse -se afirma- a estas formas primigenias de simbolización. Ello explicaría, por ejemplo, que las estructuras predicativas básicas (los esquemas actanciales) sean comunes a todas las lenguas, mientras que otras propiedades (flexión, orden de palabras) diverjan notablemente de unos idiomas a otros.

      Tanto si se adopta la perspectiva biologista como si se prefiere la cultura-lista, lo cierto es que el lenguaje o, mejor dicho, la facultad que nos permite hablar, es una característica exclusiva de la especie humana que necesariamente debe estar codificada en nuestro genoma. Esta postura se suele considerar consustancial a los planteamientos formalistas, como el de Chomsky (1975, 1988) para quien la facultad del lenguaje es innata. Con todo, no hay contradicción entre el planteamiento culturalista y el innatismo: se puede ser partidario de la hipótesis de que el lenguaje es una creación cultural, sin dejar de reconocer por ello que la especie humana se terminó adaptando a la misma y que hoy cualquier pareja transmite esta capacidad a sus descendientes. Realmente parece difícil atribuir la adquisición del lenguaje por los niños a la mera acción de su inteligencia general inespecífica –la misma que les sirve para aprender solfeo o para hacer ecuaciones de segundo grado–, y ello por varias y buenas razones:

      a)Todos los seres humanos normales poseen lenguaje y sólo los seres humanos lo poseen. El lenguaje es una condición necesaria y suficiente para que se pueda hablar de ser humano. El hombre no es ni un animal racional (los delfines tienen inteligencia), ni un animal social (las hormigas viven en sociedad), sino un animal lingüístico, es el homo loquens.

      b)Argumento de uniformidad: todas las lenguas revisten idéntico grado de complejidad, la cultura de las sociedades que se sirven de ellas no es determinante.

      c) La lengua materna se adquiere en un periodo crítico (entre los 2 y los 10 años) con unos auxilios exteriores claramente insuficientes en relación a su complejidad: es el llamado argumento de la pobreza del estímulo. Además, aunque las distintas culturas varíen en relación con la ayuda prestada por los adultos (el llamado maternés), el resultado es siempre el mismo.

      d) El argumento de la disociabilidad. El lenguaje y la cognición son disociables: puede estar afectado el primero y no la segunda (como en las afasias) o al revés (como en muchas enfermedades mentales).

      e) Los niños adquieren el lenguaje siguiendo fases o etapas muy parecidas en todos ellos y en todas las lenguas. Este desarrollo prefijado es típico de las capacidades genéticas, como el volar en las aves.

      f) Los enunciados lingüísticos tienen una estructura jerárquica formal que no resulta inmediatamente de la cadena lineal, la cual la enmascara. Es el argumento de la estructura latente. A pesar de ello, los niños infieren dicha estructura con notable habilidad, habilidad que no demuestran para captar otras secuencias estructurales más simples, como la estructura tonal de las canciones, por ejemplo.

      g)Y lo más importante de todo, la gratuidad: dichas estructuras formales carecen de justificación funcional.

      El problema es que la indubitable capacitación de los seres humanos para el lenguaje se compagina mal con la teoría de la evolución, pues esta supone cambios suaves y graduales que exigen millones de años, mientras que el lenguaje, como hemos visto, se nos presenta en todo su esplendor en un periodo brevísimo.

      2.3.1 La hipótesis adaptacionista: los darwinistas

      Lo más sencillo sería suponer que cada generación va incorporando al genoma los logros de la generación anterior: en una generación se incorporarían las estructuras predicativas, en otra, los tiempos verbales, en la siguiente, el género nominal, etc. Así es, en efecto, como aprendemos las segundas lenguas y también la lengua materna, a base de ir complicando progresivamente un esquema más simple. Por desgracia, este planteamiento constituye una grave herejía para la teoría de Darwin: el lamarckismo. Lamarck, un contemporáneo de Darwin, supuso que los caracteres adquiridos pueden heredarse, esto es, que si aprendo a tocar el piano, mi hijo nacerá sabiendo tocarlo ya. Como es obvio, dicho supuesto es falso y hay que buscar una explicación diferente.

      La ortodoxia darwinista ha encontrado una salida en lo que se conoce por efecto Baldwin. Consiste en que, al cambiar de entorno, se potencian ciertas variaciones que sólo posteriormente son destinadas a otra finalidad (exaptación). Así, las ballenas son mamíferos que al desplazarse a un clima frío privilegiaron, en un proceso adaptativo, a algunos ejemplares más recubiertos de grasa para proteger el cuerpo; con el tiempo esta característica, potenciada por la selección natural y presente en el genoma, fue aprovechada para flotar en el agua y para nadar. En relación con el lenguaje se ha supuesto por Calvin y Bickerton (2000), que el cálculo social tan corriente entre los grupos de primates, venía acompañado de ciertas vocalizaciones y sostenido por circuitos neuronales específicos, hasta que llegó un momento en el que dichas vocalizaciones se convirtieron en el lenguaje, con lo que las instrucciones genéticas originariamente destinadas a soportar el cálculo social sirvieron de base a la facultad lingüística.

      El problema de estas explicaciones, sin duda ingeniosas, es el carácter absolutamente excepcional que el efecto Baldwin presenta en el conjunto de la teoría darwinista. La exaptación en Biología es poco frecuente y afecta a cualidades más bien accesorias. ¿Cómo explicar que algo tan complicado como el lenguaje se haya podido producir de dicha manera? Para entenderlo se ha propuesto toda una serie de exaptaciones sucesivas, cada una garante de una categoría o regla gramatical, lo que va claramente contra el darwinismo y lo que es peor, contra el simple sentido común.

      2.3.2 La hipótesis saltacionista: los antidarwinistas

      Los biólogos clásicos, contrarios a la teoría de la evolución, consideraban que el paso de unas especies a otras es absoluto, tal y como reflejan las clasificaciones zoológicas y botánicas de Linneo. Pero una vez aceptada –y resulta difícil no hacerlo– la evolución, no había otra alternativa que el saltacionismo, esto es, la hipótesis de que unas especies proceden de otras mediante un salto brusco, sin etapas intermedias. Hasta que la Genética no vino a completar el paradigma darwinista dicha propuesta pudo mantenerse sin problemas. Sin embargo, Mendel demostró que la herencia consta de caracteres discretos, los genes, y que éstos no se mezclan (lo cual haría desaparecer las variaciones favorables en pocas generaciones), sino que se combinan diversamente, a veces permaneciendo latentes, pero siempre sin perder su identidad. En estas condiciones, ¿cómo puede pasarse bruscamente de unas especies a otras? Mediante un mecanismo –aducen los saltacionistas– que completa el gradualismo adaptativo de Darwin y que ciertamente se ha comprobado en la naturaleza: la mutación. De repente la identidad de una secuencia de ADN cambia en el proceso de replicación por un error que suprime una base nucleotídica, la cambia de posición o la añade al genoma.

      No es sorprendente que algunos autores como Pinker hayan pretendido explicar el origen del lenguaje de esta manera: una mutación gigantesca habría alterado el genoma de un homínido (de uno de esos australopitecinos examinados arriba) dando lugar al primer homo loquens. Es lo que los biólogos llaman con ironía una «esperanzadora historia de monstruos». Porque mutaciones, haberlas, haylas, pero para que aprovechen al organismo deben ser levísimas, de manera que afecten a una o pocas bases tan sólo. La

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