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no cabe duda de que algunos avances tuvieron lugar, y que en algunos casos levantaron no pocas expectativas. Sin duda, uno de esos pasos adelante fue el proceso de Barcelona, nombre con que se conoció a la institucionalización de las relaciones entre la Unión Europea y los denominados países terceros mediterráneos en la llamada Asociación Euromediterránea. La Conferencia de Barcelona, en 1995, significó un punto y aparte en las relaciones euromediterráneas. Por primera vez el acercamiento entre las riberas norte y sur –en algunos aspectos separadas no tanto por orillas como por verdaderos abismos– no sólo apareció como conveniente, sino como posible. Se instauró un proceso de relación basado en tres ámbitos de actuación conjunta:

      seguridad y cooperación, economía y diálogo intercultural. Se crearon –o se potenciaron, cuando existían– los mecanismos para aumentar la cooperación, incrementar el conocimiento mutuo y concederle habitualidad a la relación euromediterránea. Con altibajos, el proceso de Barcelona ha cumplido más de diez años. Si se nos concede la metáfora, estaría a punto de enfrentar la adolescencia. No obstante, la realidad nos confirma que todavía anda con los dientes de leche.

      De la lentitud del proceso de Barcelona no podemos culpar a los sucesos del once de septiembre y los que les sucedieron, al menos no únicamente a ellos. Si el proceso de Barcelona no ha avanzado lo suficiente ha sido por falta de voluntad política de todos sus componentes, del norte o del sur, musulmanes o cristianos, de ciudades gélidas o del desierto abrasador. En este ámbito, sin tapujos, cabe ser claro. Quizás las prioridades europeas cambiaron; el proceso de ampliación ha sido uno de los mayores retos planteados al proceso de integración europea, el cuestionado proceso de constitucionalización ha consumido notables energías del proceso integrador, y las divisiones en las relaciones internacionales –el conocido segundo pilar de la Unión Europea–, en particular la posición sobre la participación occidental en Irak, ha hecho más difícil que nunca el acuerdo entre los socios europeos. Quizás el problema de los países de la ribera sur es que sus prioridades no han cambiado: la inmutabilidad de gobiernos, la mayoría de ellos sin la necesaria legitimidad democrática; la situación económica, en manos de oligarquías bien posicionadas; la situación de las libertades... parecen ser las mismas ahora que una década atrás.

      Pero aunque no debe colocarse en ellos toda la responsabilidad, es obvio que los atentados terroristas fueron un peso definitivo en la balanza, ya de por sí poco equilibrada, a favor de la confrontación y la desconfianza. Los vientos en el mundo internacional no corrían, desde luego, en la búsqueda del fraternal abrazo entre civilizaciones. De hecho, casi puede considerarse sorprendente que, en esas circunstancias, el proceso de Barcelona perdure. En ello tiene mucho que ver la consecución, casi ultimada, de la zona de librecambio euromediterránea prevista para 2010, vista con muy buenos ojos por los poderes económicos y políticos de ambas riberas.

      Por eso quizás la cuestión más peligrosa, y la más delicada, en este ámbito de las relaciones euromediterráneas sea no sólo la falta de acercamiento, sino el alejamiento fácilmente comprobable que se ha producido entre las culturas mediterráneas. La tercera cesta del proceso de Barcelona, la que incidía en el diálogo intercultural, en el conocimiento mutuo, en la desaparición de miedos respecto al otro, ha quedado atrás en las prioridades de las relaciones euromediterráneas, con apenas alguna iniciativa puesta en marcha y quizás sin demasiado éxito, al menos en un principio. Son momentos difíciles para hablar de diálogo, pero el diálogo hoy es un intervalo común entre idealistas y pragmáticos. Tampoco aquí cabe confundir la ingenuidad con el optimismo. Una región euromediterránea próspera, segura y en paz requiere necesariamente del éxito en el diálogo entre civilizaciones. Lo contrario, podemos intuir, no sólo obstaculizará, sino hará imposible la convivencia pacífica basada en la confianza y el respeto que es, a la postre, lo que buscan los pueblos del norte y del sur: la riqueza en la diversidad, la convivencia en la cooperación y el fundamento en el respeto.

      Escribe Braudel que más que cualquier otro universo de los hombres, el Mediterráneo no cesa de contarse a sí mismo, de revivir en sí mismo. Para el Mediterráneo haber sido es una condición para ser. Es esperanza de todos que ese constante ir y venir sirva para aprender que sólo la paz y el entendimiento han traído la prosperidad a los pueblos. Por eso, ahora más que nunca, es necesario hablar de diálogo euromediterráneo. Porque es en estos momentos donde es necesario ver que el entendimiento, aunque lejano, todavía es posible; una vez perdida la oportunidad no sabemos si lo será.

      Ignacio Álvarez-Ossorio Alvariño

      Ignacio Álvarez-Ossorio Alvariño es profesor del Área de Estudios Árabes e Islámicos en la Universidad de Alicante. Es editor del Informe sobre el conflicto de Palestina. De los Acuerdos de Oslo a la Hoja de Ruta (2003) y coautor de ¿Por qué ha fracasado la paz? Claves para entender el conflicto palestinoisraelí (2005).

      Cuando en 1995 se puso en marcha el proceso euromediterrráneo, uno de los principales objetivos que se cifró fue el de contribuir a la resolución pacífica del conflicto árabe-israelí. Diez años más tarde, la concesión de un trato preferencial a Israel y el afianzamiento de las relaciones entre Bruselas y Tel Aviv no han traído consigo el ansiado impulso del proceso de paz de Oriente Medio, al contrario de lo que muchos esperaban. La firma de una serie de acuerdos de asociación entre la UE y los países de la cuenca oriental del Mediterráneo, incluido Israel, tampoco ha conseguido reforzar «la paz, la estabilidad y la seguridad» de una región que ha experimentado importantes sacudidas de violencia en esta última década.

      Ante esta situación cabe preguntarse por las razones que han impedido que la UE asuma un papel más activo en Oriente Medio, una de las zonas de mayor importancia geoestratégica del espacio euromediterráneo. Si pretende cambiar las tornas y tener un mayor peso específico, la UE no debe renunciar a presionar a las partes para que hagan valer los acuerdos firmados y, en especial, garanticen el respeto de los derechos humanos y la búsqueda de la paz. En caso contrario, la UE podría ser desplazada a un papel secundario y verse limitada a gestionar la ayuda humanitaria y de emergencia para cubrir las cada vez mayores necesidades de la población palestina.

      LA UE ANTE EL CERCO DE JERUSALÉN

      El 12 de diciembre de 2005 la UE dejaba pasar una magnífica oportunidad para asumir un mayor peso político en la mediación israelo-palestina. En una coyuntura política especialmente propicia para favorecer una mayor implicación de la UE en la resolución pacífica del conflicto, tras la tregua palestina y la evacuación de Gaza, Bruselas prefirió mantenerse en un discreto segundo plano y no pronunciarse sobre la política de hechos consumados puesta en práctica por el gobierno israelí.

      Ante el avance imparable del muro que Israel construye sobre los territorios palestinos ocupados, la UE pidió a sus cónsules en Jerusalén Este que elaborasen un informe sobre la situación existente sobre el terreno. El informe puso en evidencia que las autoridades israelíes estaban logrando completar el cerco de Jerusalén a marchas forzadas, contraviniendo así el derecho internacional que impide a la potencia ocupante modificar la composición demográfica de los territorios que ocupa, y advirtió que, de finalizarse el muro en torno a la ciudad, «Israel podrá finalmente completar el aislamiento de Jerusalén Este; centro político, social, comercial e infraestructural de la vida palestina».

      Tras un minucioso estudio sobre los avances registrados en los últimos meses, los diplomáticos europeos concluyeron que «Israel está aumentando la actividad colonizadora en forma de una herradura a tres bandas encarada al este, en y alrededor de Jerusalén Oriental, unida por nuevas carreteras», de tal manera que «se deja fuera gran parte de Jerusalén Este, con sus 230.000 residentes palestinos, del resto de Cisjordania (es decir, divide palestinos de palestinos, no palestinos de israelíes)».

      Al mismo tiempo resaltaba dos aspectos fundamentales: el Muro se erige «lejos de la Línea Verde», la frontera oficiosa de Israel establecida tras los armisticios con los países árabes en 1949, y «no está motivado solamente por razones de seguridad», aseveración que rebatía el principal argumento israelí para justificar el levantamiento del muro: prevenir los ataques terroristas. Su construcción había motivado, según el informe, «la demolición de casas

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