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      Con toda la crudeza de la cita y con todos los inconvenientes que supone la colaboración interdisciplinar, se sigue haciendo manifiesta la necesidad de tener bien presente que las hipótesis y asunciones económicas dependen, muy estrechamente, de teorías y modelos psicológicos (Thaler, 1991; Lewin, 1996; Rabin, 1998) y que, también, esta dependencia debe ser recíproca (Van Raaij, 1981, 1994; Lea, Tarpy y Webley, 1987). Precisamente la confirmación de esta reciprocidad justifica y certifica la existencia de la psicología económica. Al mismo tiempo que se rebate y/o atenúa uno de los conceptos clave de la economía tradicional: el de homo oeconomicus, por el que, establecidas la regularidades y leyes inalterables de una naturaleza humana previsible, se abrió paso a una economía científica. Aunque para muchos economistas y psicólogos puede ser, en gran medida, un artificio congruente con un imperativo social, lo que conviene creer, acorde con tiempos o circunstancias históricas bien delimitadas (Galbraith, 1989).

      Sin embargo, este evento –de gran importancia teórica e investigadora, tanto para la economía experimental como para la psicología económica– sigue provocando cierta sorpresa y estupor. Un buen amigo, profesor de economía, me decía: ¡cómo debe estar la economía para que el Premio Nobel se le conceda a un psicólogo! Este es un pensamiento bastante generalizado entre muchos economistas. También es frecuente que acontezca algo parecido con mis colegas psicólogos. Para comprender las dificultades de este doble diálogo se puede volver a leer la cita anterior de Herbert Simon. Salvando las distancias, es algo parecido a lo que ocurre con aquellos que defendemos activamente la necesidad de una constante colaboración en la Universidad y las empresas. Para muchos colegas de la Universidad somos demasiado prácticos, alejados de la teoría y la investigación científica, y para otros tantos directivos empresariales, excesivamente académicos y teóricos. El intento para relacionar y coincidir desde universos de discurso diferentes se hace extremadamente complicado, son demasiadas las variables, distintos los lenguajes y bastante más presentes de lo que imaginamos los estereotipos y los prejuicios.

      Por otra parte, ¿cuáles pueden ser las razones por las que aún produzca cierto asombro entre algunos economistas que el Premio Nobel de su especialidad se le conceda a un psicólogo?

      Amartya Sen, también Premio Nobel de Economía en 1998, sostiene que existe una actitud paradójica de los economistas respecto de la psicología. Estos tienden a creer que aquélla puede ser independiente de los conocimientos psicológicos. En esta actitud antipsicológica, en palabras de Sen, subyace la importancia percibida de las preferencias reveladas, lo que reduce la teoría de la preferencia a un conjunto de proposiciones conductuales, herederas del homo oeconomicus y del realismo tradicional en economía. A pesar de todo, es evidente que las asunciones de los economistas dependen de razonamientos psicológicos para ser plausibles. Los economistas, por ejemplo, están muy condicionados por la noción de elección racional y, como sostiene Sen, la racionalidad es un concepto no-aprehensible si no tiene un motivo afín. La racionalidad es, por su propia naturaleza, una interpretación psicológica que se coloca en la conducta que se observa. Desde la perspectiva de la elección racional cuando se observa una acción se interpreta que ésta es el resultado de algunos motivos. El origen de esta interpretación es externo respecto de la conducta que se observa. En realidad, en muchas circunstancias, las observaciones de la conducta son bastante pobres, o incluso erróneas, para determinar las preferencias individuales. La información no conductual, puede ser mucho más reveladora para explicar la motivación individual, especialmente cuando las consideraciones morales dominan la elección. La inconsecuente coexistencia de las ideas psicológicas y antipsicológicas en la economía es confusa y requiere alguna explicación. Shira Lewin (1996: 1293) denomina a esta contradicción «la paradoja de Sen», y se puede enunciar como la frecuente tendencia al uso, por parte de los economistas, de la psicología y sus lenguajes, sin poseer los conocimientos apropiados. En los últimos años esta paradoja se hace cada vez más evidente.

      ¿Hasta qué punto las asunciones macroeconómicas necesitan ser psicológicamente realistas? ¿Puede la economía ser independiente de la psicología? Según hemos comprobado para algunos economistas estas son preguntas esenciales para resolver la confusión metodológica que perciben en la teoría económica. Responden sosteniendo que los conocimientos de la psicología pueden ser fundamentales para aclarar muchas cuestiones macroeconómicas. Hoy por hoy, a casi nadie se le ocurriría afirmar que no lo son para la microeconomía; ahí están la psicología de los recursos humanos y la psicología del consumidor, por ejemplo, indispensables y poco discutibles en la actual administración y dirección de empresas. Estos autores, venimos argumentando, afirman que muchos aspectos de la economía no pueden ser independientes de la psicología. Y, precisamente, a Smith y Kahneman se les concede el Premio Nobel de Economía por situarse en esta línea de pensamiento.

      Pero, ¿qué ocurre con la psicología y la psicología social cuando se presenta alejada e indiferente de las teorías económicas? Pues más de lo mismo. Puesto que cuando desde la psicología se ignoran los procesos económicos y su influencia sobre la conducta social se pierde la oportunidad de analizar amplia y profundamente algunos de los aspectos más comunes del comportamiento humano. Es decir, existe una influencia de la conducta de las personas sobre la economía de igual forma que las variables e índices económicos, resultado de una determinada política económica, actúan sobre la conducta de los seres humanos. Este doble objeto de análisis tiene que ver con numerosas parcelas de la vida social y económica de los ciudadanos. Esto es, los conocimientos de economía pueden resultar efectivos para estudiar, entre otras cosas, los procesos de socialización económica en los niños, la pobreza, los grados y formas de influencia de la publicidad, las fluctuaciones económicas y su influencia sobre la salud, la conducta prosocial y aún un largo etcétera.

      La decisión de la Real Academia de las Ciencias al conceder el premio del Banco de Suecia en memoria de Alfred Nobel a Daniel Kahneman y Vernon Smith constituye un merecido homenaje a las investigaciones que ponen al descubierto algunas de las limitaciones de la economía clásica. Efectivamente, las investigaciones de Smith y Kahneman forman parte de este maravilloso proceso que encadenada y solapadamente va constituyendo la historia del saber humano universal. Habrá que tenerlas bien presentes tomando conciencia y yendo más allá de la simple anécdota de la concesión del Premio Nobel a un psicólogo. Como se ha podido comprobar no es cosa nueva, sí lo es cuando lo que se viene señalando desde hace ya mucho tiempo, tanto por psicólogos como por economistas, recibe un respaldo público de gran trascendencia. Ahora, para muchos, la colaboración interdisciplinar se convierte en una necesidad científica proclive al análisis de un mismo fenómeno social desde perspectivas diversas y complementarias. Y es que, en definitiva, procesos complejos –y las acciones económicas los son– rehuyen la simpleza y requieren múltiples y originales abordajes.

      Este libro se ha escrito pensando en todo ello. Cuenta con siete capítulos cuyo fin, en lo esencial, es describir, analizar y establecer cuanto sea posible las bases teóricas, conceptuales y metodológicas de la materia. A lo largo de estos capítulos se pretende que los estudiantes y otras personas interesadas en el tema tengan suficiente información sobre: las relaciones que de un modo u otro se han producido –y se están produciendo– entre la economía y la psicología (cap. 1); el proceso de surgimiento, desarrollo y consolidación de la psicología económica (cap. 2) junto con su conceptualización y objeto (cap. 3); las alternativas teóricas y metodológicas que mejor la caracterizan (cap. 4); algunos de los modelos, de entre los más relevantes, que se han propuesto para el estudio e investigación de las conductas económicas (cap. 5); las estrechas relaciones que la psicología económica mantiene con otras disciplinas (cap. 6); y, finalmente, las áreas de investigación y desarrollo junto con las tendencias que presuponemos en su evolución futura (cap. 7).

      Cada capítulo se estructura de similar manera. Aparece, en primer lugar, «una introducción» cuyo fin es situar al lector respecto de los recorridos, apartados y cuestiones que se estudiarán; se pretende con ello que se disponga de una primera aproximación global que discurre desde un punto de partida que suele coincidir con la tesis fundamental del capítulo y que se propone como nexo de unión de todo el libro. Luego los diferentes apartados y subapartados, finalizando cada capítulo con un texto que se ha seleccionado como complemento del mismo: en alguna ocasión justificativo y en otras, las más de las veces, de carácter

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