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      SECRETARÍA DE GOBERNACIÓN, «Alerta de Violencia de Género contra las Mujeres», publicado el 19 de octubre del 2018, en: https://www.gob.mx/inmujeres/acciones-y-programas/alerta-de-violencia-de-genero-contra-las-mujeres-80739 [Consulta: 25 de abril de 2019].

Feminicidio Perspectivas, acciones y desafíos

      NÁYADE SOLEDAD MONTER ARIZMENDI

      Este texto surge tras cursar el taller «Mujeres, Arte y Política», en la Universidad Autónoma de la Ciudad de México (UACM), plantel Cuautepec, impartido por el activista Manuel Amador Velázquez, en el ciclo escolar 2016-II.

      Las siguientes líneas trazan un acercamiento a la problemática del feminicidio en nuestro país desde una perspectiva de género y educación. En un primer apartado se describe el contexto en torno al feminicidio, posteriormente se habla de la construcción sociocultural de la masculinidad, espacio donde se tocan aspectos de tres ámbitos de socialización de los varones como el familiar, el educativo (formal) y el grupo de pares. En un tercer y cuarto apartado se trata el tema de la violencia, y posteriormente las consideraciones finales.

      El contexto

      En México cada día muere una cantidad inaceptable de mujeres en manos de hombres que habían tenido o tenían alguna relación con ellas, sin embargo, en otros casos los feminicidios también son perpetrados por completos desconocidos o por grupos ligados a modos de vida violentos y criminales.1

      De acuerdo con el Reporte sobre delitos de alto impacto2 del Observatorio Nacional Ciudadano, en promedio, en febrero de 2019, cada 14 minutos y dos segundos se registró una víctima de homicidio doloso o feminicidio en México. Mientras que la mayor tasa de feminicidios se reportó en el estado de Colima, la cual fue de 6.87 víctimas por cada 100 mil habitantes.

      En el año 2018, conforme con los datos presentados por el Secretariado Ejecutivo del Sistema Nacional de Seguridad Pública (SESNSP), el Estado de México ocupó el primer lugar en feminicidios a nivel nacional al registrarse 106 casos,3 siendo el municipio de Ecatepec en el que se contabilizó el mayor número de éstos, con 14 víctimas, seguido de Chimalhuacán y Nezahualcóyotl, en los que se registraron nueve en cada uno.4

      En la prensa extranjera el feminicidio en nuestro país se ha convertido en noticia de primera plana; sin embargo, en México sólo es una problemática que se naturaliza e ignora,5 pues «Las cifras disponibles sobre estos crímenes están incompletas y son básicamente inútiles. Las procuradurías no publican cifras específicas sobre feminicidios ni a nivel estatal ni federal».6 Sin embargo, lo que si hay es un registro progresivo de mujeres desaparecidas o asesinadas en México.

      Por ejemplo, algunos datos sobre el feminicidio en el Estado de México, recabados por Flor Goche y publicados en Contralínea,7 revelan que las mujeres asesinadas en esta entidad fueron privadas de la vida en la mayoría de los casos con arma de fuego, arma blanca o con las manos. Asimismo, en muchos de éstos había parentesco entre la víctima y el victimario, es decir, el asesino fue el cónyuge o pareja, el concubino o el padre. Además, es recurrente que los cuerpos sean encontrados en casa habitación, la vía pública, en parajes, terrenos baldíos o en vehículos. También apunta en su investigación que entre las víctimas se encuentran menores, pero la edad más común va entre los 21 y 30 años y en su mayor parte éstas fungían como amas de casa, estudiantes, empleadas o comerciantes.

      Los cuerpos de las víctimas son objeto de extrema violencia. El feminicidio se caracteriza comúnmente por la presencia de secuestro, violación, estrangulamiento, apuñalamiento, etcétera. Los cuerpos son sembrados en barrancas, callejuelas, ríos de aguas negras, basureros y terrenos baldíos, son introducidos en maletas, bolsas de basura, cajuelas de automóviles, tinacos, cisternas, y de muchas otras formas que parecerían inconcebibles.8 Lo cierto es que todos los casos llevan la firma de «aquí mando yo» (cuerpos pensados como objetos usables, prescindibles, maltratables y desechables).9

      Entonces, ante los hechos descritos ¿podría pensarse que estamos presenciando una especie de carnicería humana?; las respuestas podrían ser múltiples, pero tampoco resulta tan absurdo concebirlo de esa manera.

      Ahora bien, es pertinente decir que el feminicidio no es sólo un homicidio cometido en contra de una mujer. Es más que eso, es un delito que lleva un mensaje de crueldad, desprecio y dominio; es el último escalón de la reiterada y sistemática violación de los derechos de las mujeres. Marcela Lagarde señala que el feminicidio es un crimen de odio, que ocurre en circunstancias específicas: éstos son ejecutados con saña, en lugares donde el Estado y sus agentes no lo castigan, manteniendo así una permanente impunidad.10 Por tanto, no se les puede nombrar como «crímenes pasionales»,11 pues lo que hay detrás es una situación de poder.12

      Michel Foucault lo llama biopoder, es decir, el «derecho de muerte o poder sobre la vida» que tienen unos sobre otros; en los casos de feminicidio no sólo se trata de desposeer a las mujeres de propiedades simbólicas, materiales o de cualquier otra índole, sino disciplinar y decidir sobre el valor de la vida de las mujeres.13

      Es así que el feminicidio se convierte en un crimen de Estado, por su ineficacia en garantizar la vida, la seguridad y la protección de los derechos de las mujeres,14 aunado a las distintas formas y grados de violencias que viven día a día.15

      En la actualidad, la constante difusión de los derechos de la mujer y la reivindicación de la igualdad de género en diferentes ámbitos de la vida pública no han logrado incidir de gran manera en la disminución de casos de violencia y discriminación hacia las mujeres, pero si ha generado una crisis de los «papeles o roles tradicionales» masculinos y femeninos.16 Por ejemplo, en el caso de las mujeres «la valoración de una identidad femenina asociada a una nueva forma de asumir la maternidad […], tenemos menos hijos, […] estudiamos más y participamos más activamente en la fuerza de trabajo y en los procesos políticos y sociales».17

      De tal manera que «la violencia homicida contra las mujeres [se convierte en] […] una respuesta al [resquicio] […] del modelo hegemónico de feminidad y masculinidad»,18 pues quienes la perpetúan no son meros enfermos mentales. El feminicidio no responde a hechos aislados, más bien debe ser explicado a partir de las estructuras sociales (familiares, económicas, políticas, educativas y culturales) donde se originan, así como del análisis de la construcción de la identidad masculina y femenina; puesto que a partir del conocimiento de las formas de las relaciones de poder entre hombres y mujeres se explicaría el acrecentamiento de las violencias, que se asocia no únicamente a una crisis (socioeconómica o de valores), sino que también atañe a las identidades, es decir, al proceso de construcción de las mujeres y hombres como sujetos.19

      Históricamente, las diferencias entre hombres y mujeres se han conceptualizado en oposiciones binarias. Es a través del género que se asigna a las personas lo considerado propio de lo «femenino o lo masculino»,20 por medio de roles, comportamientos y actividades diferenciadas; fortaleciendo así las jerarquías entre hombres y mujeres en las distintas esferas de la vida cotidiana.21 María Jiménez apunta que:

      El género es un conjunto de relaciones sociales que, basadas en las características biológicas, regula, establece y reproduce diferencias, pero también desigualdades entre hombres y mujeres. Se trata de una construcción cultural que es histórica, que varía de sociedad en sociedad y que tiene sus matices […] [en la] desigualdad social, como

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