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e hice mías, y luego vendí, todavía estarían esparcidas por el campo sin ningún otro valor que el ecológico), no atribuiré ese capital a tal trabajo, sino al valor intrínseco de esos productos, su valor de uso, o su correspondiente valor de cambio. Bueno, todas estas definiciones de Marx que acabo de reseñar, a mí personalmente me saben a inventos abstractos que sirven para justificar, mediante explicaciones también abstractas, y que no les veo que tenga nada que ver con las cosas que pasan en la vida cotidiana del mercado, una definición teórica a donde él quiere llegar para armar su teoría, pero como este punto es el eje en torno al cual gira la comprensión de la economía política, al menos en lo que atañe a lo que al respecto definen los ideólogos de las ya ex naciones comunistas, es pertinente aquí que expresemos nuestras definiciones en relación con lo que Marx plantea. Los trabajos aplicados sobre la materia no son más que fuerzas estructuradas o codificadas, que, aplicadas en ella, la transforman en el sentido de engendrar en ella nuevas propiedades socialmente útiles que tendrán por destino correspondientes participaciones en los procesos del consumo social, de la producción de bienes y servicios, o del comercio. Estas fuerzas no admiten cristalizaciones de ninguna índole sobre la materia, pero dejan la impronta de su participación en el proceso productivo, en las nuevas propiedades engendradas en sus productos, pero sin ser estos cristalizaciones ni coágulos de los trabajos que los engendraron, sino solamente el habitáculo donde moran dichas propiedades. Pero, si bien el trabajo social es una de las fuentes de donde surgen las propiedades de los productos, es su aprovechamiento a través del consumo lo que mueve a la gente a trocar e intercambiar tales productos. Allí donde no existe provecho no existe valor ni mercancía, por más trabajo que se haya aplicado a su producción. Como dijimos, si bien el trabajo (y no solo el trabajo humano que dice Marx, sino el que resulta de la actividad eventual y complementaria de las personas, las máquinas herramientas, y algunos animales) es condición para la existencia de los bienes (ya sea en su condición de bienes de uso o de cambio) y su disponibilidad para la relación de consumo o para la relación de cambio o relación comercial, él no participa del proceso de formación del valor de cambio de las mercancías, y su papel se agota en eso: en dar existencia a los bienes (o a la riqueza como dicen los capitalistas), pero no en constituir el valor de cambio ni en participar del proceso de su formación en las mercancías.

      Metáfora del pela papas

      Como dijimos, los objetos de la naturaleza no tienen un valor, considerados en sí mismos, solo cuando entablan relación con el hombre, y considerados desde este punto de vista, ellos adquieren un valor para él, que es uno solo, pero que, según qué lugar ocupen en su vida económica, ese valor lo será de uso o de cambio, alternativamente. Un pela papas que estaba en la vitrina de un bazar (mercancía, tiene un precio) lo compré y lo llevé a la cocina de mi casa (bien de uso – no mercancía, pues vive en el mundo del consumo, y no tiene ya valor de cambio, sino solo valor de uso), me visitó un pariente a quien le gustó mucho mi pela papas, y me dijo: “Te lo compro”. Yo le contesté: “No está a la venta, pues es un instrumento de mi uso personal”. Ese pela papas no es mercancía ni siquiera en un sentido potencial, por lo tanto carece de valor de cambio; sería en vano que este pariente me preguntara: ¿cuánto pedirías por él?, la contestación sería: no tiene precio, no está a la venta. Luego vino un amigo para mi cumpleaños y me regaló un pela papas importado mejor que el mío, así que lo reemplacé, y como tenía poco uso y estaba impecable lo limpié bien y lo llevé para exponerlo en mi quiosco, y adivinen qué pasó. “Bualá”, su valor de uso se escondió dentro de él y en su lugar apareció un valor de cambio: “$ 10” decía, en un papelito pegado a él con cinta adhesiva transparente.

      Alguien dijo por ahí: “La mercancía es cambiable necesariamente pues se produce para ser cambiada”. Si bien toda mercancía tiene en su naturaleza ser cambiable, aquello de que “se produce para ser cambiada” constituye un error, debido a que pertenece a otro nivel de análisis. Los bienes son producidos por el trabajo para que alguien los consuma (no importa quién: puede ser el mismo que lo produjo con su trabajo u otro cualquiera), pero quien quiera que sea que lo pretenda consumir, primero tendrá que apropiarse de él (esto es: adquirir los derechos de propiedad sobre él), nadie puede pretender socialmente consumir algo ajeno, o que no le pertenezca. Una vez que este requisito ha sido cumplimentado, o resuelto, quien lo posea podrá consumirlo, será lícito socialmente que lo haga; de no ser así será socialmente considerado transgresor, delincuente. Eventualmente su propietario podrá, por la causa que sea, no tener previsto hacer efectivo su consumo, sino atesorarlo (si las características del producto se lo permiten) para consumirlo después, y también puede que eventualmente tampoco tenga previsto conservarlo en su patrimonio (atesorarlo, acopiarlo), sino desprenderse de él para que le sea útil a otro consumidor, por lo tanto habrá de exhibirlo en ofrecimiento en algún espacio comercial para su venta. En una fábrica puede que una producción esté de antemano destinada para ser vendida a los comercios (mayoristas o minoristas), pero puede también una partida ser donada por la fundación de la fábrica a una institución de bien público para su consumo, y no llegar nunca a la condición de mercancía. Entonces, repito, un bien solo se convierte en mercancía a partir del hecho de ingresar a un espacio comercial para ser exhibido en ofrecimiento para su venta. Lo que condiciona el carácter de mercancía de un bien es este hecho y no la intención con que fue producido.

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