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es el caso del modelo de equilibrio general estable bajo condiciones de competencia “perfecta”. La teoría neoclásica académica posterior ha incluido las formas de la competencia “imperfecta” en donde se admiten explícitamente posiciones diferenciadas de poder en los mercados, pero el escenario teórico de partida sigue siendo el mercado autorregulado, aislado completamente de las dimensiones políticas, culturales y biológico-ambientales de las sociedades humanas.

      Por último, cabe reiterar que estas teorías predominantes a lo largo de los siglos XIX y XX en el marco de los Estados nación no tomaron para nada en consideración la dimensión biológico-ambiental que necesariamente opera hoy en escala planetaria y de la cual hace parte importante la pandemia que actualmente nos ataca.

      Son estas dos mutaciones históricas trascendentales las que obligan a plantearnos una teoría del valor económico fundada en la noción de poder: primero la emergencia activa de la crisis ambiental y segundo la globalización apoyada en las tecnologías de la información, de la comunicación y del conocimiento establecidas, esta vez, a escala planetaria del capitalismo. Este es el nuevo escenario ambivalente en gestación que nos interpela radicalmente.

      La primera de estas dos mutaciones es el impacto, proveniente de la madre naturaleza respecto del cuidado de nuestra casa común. Y la segunda es el instrumento (algoritmos, inteligencia artificial, robotización, etc.) del cambio técnico como principal arma para abordar nuestros problemas planetarios y/o alternativamente, para irnos sumiendo en una “dictadura digital” al servicio de poderes cada vez más concentrados.

      Desde el punto de vista de la visión centro-periferia formulada por Raúl Prebisch a mediados del siglo pasado, la idea central sigue hoy más válida que nunca y dice relación con una determinada filosofía de la historia que puede rastrearse ya en Política de Aristóteles cuando este afirma:

      Así como para las artes que tienen una esfera definida, si es que han de cumplir acabadamente su tarea, sería forzoso que existieran los instrumentos apropiados, así también el administrador doméstico debe disponer de instrumentos adecuados. Algunos de los instrumentos son inanimados, mientras que otros son animados (por ejemplo, para el piloto el timón es inanimado pero el vigía es animado, pues en las artes el que presta servicios pertenece a la clase de los instrumentos); así también, una posesión es un instrumento para la vida, y la propiedad es un conjunto de instrumentos, y el esclavo es una posesión animada, y así cualquiera que preste un servicio es como un instrumento anterior a los demás instrumentos. Pues si cada instrumento pudiera cumplir su tarea propia, al recibir una orden o al anticiparse a ella, como se cuenta de las estatuas de Dédalo o de los Trípodes de Hefesto, que según dice el poeta, entraban por sí solos en la asamblea de los dioses, del mismo modo las lanzaderas tejerían por sí solas, y los plectros ejecutarían la cítara, y los arquitectos no tendrían necesidad alguna de servidores ni los amos de esclavos (Aristóteles, 2005: 63-64).

      Esta reflexión de Aristóteles expresa una hipótesis de cambio social de larguísimo plazo (se está cumpliendo más de dos mil años después de haber sido expuesta). La posibilidad de hacer innecesarias las formas alienadas y subordinadas del trabajo humano mediante el uso de las tecnologías de la información de la comunicación y del conocimiento es el rasgo más profundo y perdurable, capaz de modificar de manera irreversible las estructuras de dominación que son propias del orden capitalista.

      Los algoritmos y la inteligencia artificial están sustituyendo con gran velocidad las funciones cumplidas por el trabajo humano. No estamos hablando de un horizonte futuro a muy largo plazo, ni de formas imaginativas de “socio-ficción”, hablamos de procesos que ya están empezando a tener lugar.

      En la utopía que trasluce este párrafo, quedamos equiparados por Aristóteles a los dioses del Olimpo, pero desgraciadamente nuestra condición humana se asimila más a la del Aprendiz de Brujo, poema sinfónico de Paul Dukas (1897) inspirado en Goethe, donde el aprendiz en ausencia del brujo mayor, intenta hechizar una escoba para ahorrarse el trabajo de limpieza, y produce un caos que no puede controlar. El arte de Walt Disney creo una memorable versión cinematográfica de esta obra musical (véase Fantasía 1940).

      Ahora bien, las formas alienadas y subordinadas del trabajo humano son inherentes a la esencia del capitalismo como sistema económico. Marx dejó muy en claro ese punto y dilucidó muchos de sus rasgos. Para que existiera capitalismo hizo falta la vigencia de la propiedad privada de los medios de producción, la existencia de mercados de productos y de factores productivos, y el concurso de trabajadores desprovistos de otros recursos que necesitaran vender su trabajo potencial para poder vivir. También Max Weber aceptó esta caracterización. En el largo plazo para que ese capitalismo pudiera sobrevivir hizo falta, además, que la ganancia a escala macroeconómica estimulara la inversión y continuara acrecentando el poder productivo del trabajo humano.

      Hoy (en el año 2021) el fin del capitalismo no vendrá (o no vendrá solamente) de una revolución social, liderada con sabor épico por las clases oprimidas sino de causas mucho más pragmáticas asociadas a la lógica de funcionamiento de este sistema. Además, la transformación del capitalismo (anticipada por Marx en su fragmento sobre la maquinaria) trae a colación la necesidad de una demanda efectiva en el sentido que otorgaron a esa expresión primero Adam Smith y luego John Maynard Keynes (véase el capítulo X). Dicha demanda efectiva proviene hoy, mayoritariamente de perceptores de sueldos y salarios, de microempresarios, de profesionales independientes y de científicos con diferentes grados de educación que también viven de los ingresos de sus propios trabajos. Gran parte de ellos están siendo rápidamente desafiados y sustituidos en la esfera productiva por los algoritmos que alimentan la inteligencia artificial junto con instrumentos automatizados, artificialmente inteligentes, conectados a ellos que no solo ejecutan el trabajo físico propiamente dicho sino también crecientes cuotas del trabajo intelectual.

      Entramos a gran velocidad en la era de los trabajadores sustituidos y desechables como los ha bautizado el pontífice Francisco.

      El control a escala planetaria de la inteligencia artificial, ejercido sea por las grandes corporaciones transnacionales privadas de Occidente, o por los autoritarios poderes políticos que emergen en Oriente nos facilita la vida, nos ahorra pensar (como, por ejemplo, el así denominado GPS al cual confiamos la orientación de nuestro automóvil), y nos adormece, entreteniéndonos con banalidades “a la carta” como por ejemplo los juegos electrónicos que proliferan desde las redes sociales.

      Estamos como la rana sumergida en el confort del agua tibia de una gran cacerola que el fuego va calentando lentamente. Cuando la temperatura supera cierto grado, la rana intenta salir, pero ya es demasiado tarde y termina hervida. Quizá el calentamiento global nos hierva de manera literal y no figurativa, pero la inteligencia artificial del robot planetario que estamos creando va corroyendo gradualmente nuestra dignidad humana y es otra forma de deshumanizarnos.

      ¿Qué es lo nuevo de este planteamiento? Lo nuevo es que se requiere una nueva ética fundada en el concepto de naturaleza humana, y de necesidades objetivas requeridas para la sobrevivencia de la especie (Hinkelammert).

      Los seres humanos ya no se subordinan masivamente a un poder trascendente de naturaleza ultraterrena, como el otrora ejercido por los mandamientos de las grandes religiones monoteístas. Los ciudadanos también descreen de los mensajes ideológicamente interesados que propagan los políticos profesionales distribuyendo promesas incumplibles para alcanzar el Gobierno. Mientras escribo estas conclusiones, recuerdo que a fines de 2019 varios países grandes y medianos de América del Sur (Chile, Bolivia, Ecuador, Perú, Colombia, etc.) registraron inusitados estallidos sociales de protestas contra el capitalismo neoliberal. Cuando esta pandemia sea (esperemos) controlada, la situación económica, biológico-ambiental y política será probablemente aún más grave.

      Además, en el marco de la cultura que complementa los regímenes neoliberales surgen múltiples formas de complicidad entre los detentadores de los poderes económicos y políticos desafiando todos los preceptos éticos heredados. Así, la ciudadanía confía cada vez menos en poderes temporales de tipo secular que deban depender de la moralidad y honradez de los gobernantes.

      Hoy surge un panorama ambivalente. De un lado las tecnologías de la información, de la comunicación

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