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El desarrollo y la integración de América Latina. Armando Di Filippo
Читать онлайн.Название El desarrollo y la integración de América Latina
Год выпуска 0
isbn 9789563573343
Автор произведения Armando Di Filippo
Жанр Социология
Издательство Bookwire
3 El Estudio desarrolla esta visión en ocho párrafos constitutivos de la primera sección del capítulo primero. En él se formulan las siguientes proposiciones básicas. Plantea la sesgada propagación universal del progreso técnico derivado de la Revolución Industrial Inglesa. Se introduce la terminología de “centro y periferia” respecto de la desigual distribución mundial del progreso técnico y de sus frutos. Define la posición “primario-exportadora” y tecnológicamente subordinada de las periferias en la especialización productiva mundial. Destaca la insuficiente asimilación del progreso técnico y de sus frutos por parte de la mayoría de la población mundial. Resalta los beneficios económicos y sociales derivados del proceso no deliberado de industrialización por sustitución de importaciones, y la posterior estrategia productiva industrializadora deliberada. Desecha la idea de que las etapas del desarrollo de América Latina se cumplan “a imagen y semejanza” del desarrollo de los centros, y esboza una distinción tipológica básica entre la herencia colonial y la expansión capitalista inducida desde los centros. Alude al enorme impacto que la reducción del empleo en la agricultura tendrá sobre la economía latinoamericana a medida que esta asimile el progreso técnico originado en los centros. Y, por último, promueve la superación “de ciertos modos precapitalistas o semicapitalistas de producción conforme a los cuales trabaja aún buena parte de la población”.
4 “La estructura social prevaleciente en América Latina opone un serio obstáculo al progreso técnico y, por consiguiente, al desarrollo económico y social. Tres son las principales manifestaciones de este hecho: (a) esa estructura entorpece considerablemente la movilidad social, esto es, el surgimiento y ascenso de los elementos dinámicos de la sociedad, de los hombres con iniciativa y empuje, capaces de asumir riesgos y responsabilidades, tanto en la técnica y en la economía como en los otros aspectos de la vida colectiva; (b) La estructura social se caracteriza en gran medida por el privilegio en la distribución de la riqueza y, por consiguiente, del ingreso; el privilegio debilita o elimina el incentivo a la actividad económica, en desmedro del empleo eficaz de los hombres, las tierras y las máquinas; c) ese privilegio distributivo no se traduce en fuerte ritmo de acumulación de capital, sino en módulos exagerados del consumo en los estratos superiores de la sociedad en contraste con la precaria existencia de las masas populares” (Prebisch 1963: 4).
5 Entre los nombres que, por razones de espacio, han sido omitidos, o no lo suficientemente destacados en la reseña, podríamos incluir: de Chile a Aníbal Pinto, Osvaldo Sunkel, Pedro Sainz y Ricardo Ffrench Davis; de Argentina a Aldo Ferrer, Benjamín Hopenhayn, Alfredo Eric Calcagno, Adolfo Gurrieri y Pedro Paz; de Brasil al propio Celso Furtado (“padre fundador” junto con Prebisch de la ELD), Helio Jaguaribe, Carlos Lessa, María Concepción Tavares y Antonio Barros de Castro; de México a Juan Noyola; de Uruguay a Octavio Rodríguez; de Perú a Aníbal Quijano. Esta lista podría extenderse mucho más y seguiría siendo irremediablemente sesgada e injusta. De allí nuestra exhortación a visitar la Sala de Cepal preparada por don José Besa exdirector de la Biblioteca de Cepal.
CAPÍTULO III
El contexto histórico de posguerra
Las condiciones históricas que enmarcaron el pensamiento de la Cepal incluyen factores de naturaleza global o planetaria y factores propios de la dinámica interna de las sociedades latinoamericanas. Entre los factores globales cabe señalar la situación mundial de posguerra que dio origen a un nuevo orden internacional signado por un espíritu de paz y cooperación internacional, fuertemente asumido ante los terribles estragos de la Segunda Guerra Mundial.
A diferencia de la primera mitad del siglo XX caracterizada por dos cruentas guerras mundiales asociadas a posiciones nacionalistas y colonialistas de varias grandes potencias, el fin de la Segunda Guerra Mundial inauguró un nuevo orden que trató de contener el flagelo de la guerra y sustituirlo por el mecanismo de las negociaciones internacionales. Asimismo, el nuevo espíritu negociador y pacificador incluiría el fin de la lógica colonialista y una rápida expansión en el número de las naciones políticamente independientes.
Fue en ese marco que los temas de la pobreza de las ex colonias y, en general de las regiones periféricas, se ubicaron en el centro de los foros mundiales y fueron asumidos por las naciones desarrolladas, a través de la fundación de la Organización de las Naciones Unidas (ONU). A la ONU se fueron incorporando, además de América Latina, las ex colonias de Asia, África, y el Caribe no latino, cuya independencia fue teniendo lugar al fin de la Segunda Guerra Mundial.
América Latina, era una región claramente periférica con pasado colonial, pero su proceso de descolonización había tenido lugar tempranamente a inicios del siglo XIX. Su inserción en el orden internacional de ese siglo se había apoyado en la producción y exportación de alimentos y materias primas, requeridos para el desarrollo de las potencias occidentales (en particular Gran Bretaña), las que, durante el siglo XIX, profundizaban su revolución industrial.
Además, en el plano de la producción intelectual, América Latina heredaba rasgos principales de la cultura occidental. Era el “extremo occidente”, como la denominó Alain Rouquié (1989), pero occidente al fin. Un rasgo de esa adscripción a la cultura occidental provenía de los influjos premodernos de los más de tres siglos de colonización ibérica cristalizados en los idiomas y la religión predominantes.
Los valores de la modernidad occidental, recién comenzaron a institucionalizarse en América Latina a comienzos del siglo XIX. Provinieron en primer lugar de la independencia política, con la adopción de cartas constitucionales de corte liberal, emulando la impuesta por la Revolución Americana de 1776. En segundo lugar, el otro rasgo del occidente moderno fue la inserción en el orden capitalista mundial liderado por Inglaterra. Pero, como es obvio, ninguna de estas formas de modernización, tuvieron lugar “a imagen y semejanza” de los procesos acontecidos en Europa y Estados Unidos. En América Latina ambos procesos históricos implicaron la superposición de la ideología liberal (económica y política) sobre los valores, principios e instituciones pre-modernas, pero claramente occidentales, de la herencia colonial.
Además, la complejidad de las sociedades latinoamericanas se acrecentaba mediante dos datos históricos adicionales. Primero, por el hecho de la existencia de civilizaciones prehispánicas que, a pesar de haber asumido, en general la lengua y religión de sus conquistadores mantenían latentes los rasgos fundamentales de sus propias culturas. Y segundo, por la internación de inmigrantes africanos (y en menor medida asiáticos) en condiciones de esclavitud, quienes también portaron sus rasgos culturales. Ambos grupos étnicos guardaron en su memoria colectiva los sufrimientos de la opresión colonial.
Por todas las razones señaladas, no es de extrañar que en América Latina surgiera una corriente de pensamiento orientada a tratar de explicar las razones de la pobreza y desigualdad social, partiendo de un examen de las economías latinoamericanas, pero abriéndolo a las restantes dimensiones societales, aprovechando los aportes de las ciencias sociales de occidente, pero, al mismo tiempo, buscando poner de relieve los propios problemas regionales.
La Cepal estaba en condiciones excepcionales para intentar esta empresa, interpretativa y propositiva a la vez, porque era un organismo internacional de Naciones Unidas, gestado en los valores de tolerancia, paz, cooperación y defensa de los derechos y libertades humanas. La cobertura o ámbito de acción de Cepal incluía la América Española y Portuguesa a las que luego se agregó el Caribe de habla inglesa, principalmente descolonizado a fines de la Segunda Guerra Mundial. De muchas maneras, por las razones apuntadas, su posición era excepcionalmente favorable para asumir un papel de vocera de América Latina y portaestandarte de la identidad regional.