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cristiano, y aún mayor es la diferencia entre la comprensión espiritual del más sabio profesor no regenerado y el más débil bebé en Cristo; sin embargo, cada uno ha sido sujeto de las operaciones del Espíritu.

      «El Espíritu Santo obra de dos maneras. En el corazón de algunos hombres obra únicamente con la gracia restrictiva, y la gracia restrictiva, aunque no los salvará, es suficiente para evitar que estallen en los vicios abiertos y corruptos en los que algunos hombres se complacen, quienes quedan completamente abandonados por las restricciones del Espíritu […] Dios el Espíritu Santo puede obrar en los hombres algunos buenos deseos y sentimientos, y sin embargo no tiene el propósito de salvarlos. Pero observe, ninguno de estos sentimientos son cosas que acompañan a la salvación, porque si así fuera, continuarían. Pero Él no obra omnipotentemente para salvar, excepto en las personas de Sus propios elegidos, a quienes ciertamente atrae a Sí mismo. Creo, entonces, que el temblor de Félix debe ser explicado por la gracia restrictiva del Espíritu vivificando su conciencia y haciéndolo temblar» (C. H. Spurgeon sobre Hechos 24:25).

      Al Espíritu Santo se Le ha robado gran parte de Su gloria distintiva debido a que los cristianos no han percibido Sus variadas obras. Al concluir que las operaciones del Espíritu bendito se limitan a los elegidos de Dios, se les ha impedido ofrecerle la alabanza que Le corresponde por mantener este mundo inicuo como un lugar apropiado para vivir. Pocos hoy se dan cuenta de cuánto Le deben los hijos de Dios a la Tercera Persona de la Trinidad por guardar a los hijos del Diablo y evitar que consuma por completo la iglesia de Cristo en la tierra. Es cierto que hay comparativamente pocos textos que se refieran específicamente a la Persona distintiva del Espíritu reinando sobre los malvados, pero una vez que se ve que en la economía Divina todo proviene de Dios el Padre, todo es a través de Dios el Hijo, y todo es por Dios el Espíritu, a cada uno se le da Su lugar apropiado y separado en nuestros corazones y pensamientos.

      Entonces, señalemos ahora algunas de las operaciones generales e inferiores del Espíritu en los no elegidos, a diferencia de Sus obras especiales y superiores en los redimidos.

      1. En refrenar el mal. Si Dios dejara a los hombres absolutamente a sus propias corrupciones naturales y al poder de Satanás (tal cual lo merecen ahora, y como efectivamente estarán en el infiero, y tal como estarían en este momento si no fuera por el bien de los elegidos de Dios), toda muestra de bondad y moralidad sería completamente desterrada de la tierra: los hombres dejarían de sentir el pecado, y la maldad se tragaría rápida y completamente al mundo entero. Esto es muy claro en Génesis 6:3,4,5 y 12. Pero el que controló el horno de fuego de Babilonia sin apagarlo, el que impidió que las aguas del Mar Rojo fluyeran sin cambiar su naturaleza, ahora obstaculiza el funcionamiento de corrupción natural sin mortificarla. Aunque este mundo es muy vil, tenemos causas abundantes para adorar y alabar al Espíritu Santo, pues por causa de Él las cosas no son peores.

      El mundo odia al pueblo de Dios (Juan 15:19): ¿por qué, entonces, no los devora? ¿Qué es lo que detiene la enemistad del impío contra el justo? Nada más que el poder restrictivo del Espíritu Santo. En el Salmo 14:1-3 encontramos un cuadro terrible de la total depravación de la raza humana. Luego, en el versículo 4, el salmista pregunta: «¿No tienen discernimiento todos los que hacen iniquidad, Que devoran a mi pueblo como si comiesen pan, Y a Jehová no invocan?». A lo que se responde: «Ellos temblaron de espanto; Porque Dios está con la generación de los justos» (versículo 5). Es el Espíritu Santo Quien coloca ese «espanto» dentro de ellos, para mantenerlos alejados de muchos ultrajes contra el pueblo de Dios. Frena su malicia. Los réprobos están tan completamente encadenados por Su mano omnipotente, que Cristo pudo decirle a Pilato: ¡«Ninguna autoridad tendrías contra mí, si no te fuese dada de arriba» (Juan 19:11)!

      2. En incitar a las buenas acciones. Toda la obediencia de los hijos a los padres, todo el verdadero amor entre esposos y esposas, debe atribuirse al Espíritu Santo. Cualquier moralidad y honestidad, generosidad y bondad, sumisión a los poderes existentes y respeto por la ley y el orden que aún se encuentra en el mundo, debe remontarse a las operaciones de gracia del Espíritu. Una ilustración sorprendente de Su benigna influencia se encuentra en 1 Samuel 10:26, «Saúl también se fue a su casa en Gabaa, y fueron con él los hombres de guerra cuyos corazones Dios (el Espíritu) había tocado». Los corazones de los hombres están naturalmente inclinados a la rebelión, son impacientes al ser gobernados, especialmente por alguien que ha salido de una condición mezquina entre ellos. El Señor el Espíritu inclinó el corazón de esos hombres a someterse a Saúl, les dio la disposición para obedecerle. Más tarde, el Espíritu tocó el corazón de Saúl para perdonar la vida de David, derritiéndolo hasta tal punto que lloró (1 Samuel 24:16). De la misma manera, fue el Espíritu Santo Quien dio gracia a los hebreos ante los ojos de los egipcios —que hasta entonces los odiaban amargamente— para darles aretes (Éxodo 12:35-36).

      3. En convencer de pecado. Pocos parecen entender que la conciencia en el hombre natural es inoperante a menos que sea despertada por el Espíritu. Como criatura caída, completamente enamorada del pecado (Juan 3:19), el hombre resiste y disputa contra cualquier convicción de pecado. «No contenderá mi espíritu con el hombre para siempre, porque ciertamente él es carne» (Génesis 6:3): el hombre, siendo «carne», nunca sentiría el menor desagrado por ninguna iniquidad a menos que el Espíritu excitara esos remanentes de luz natural que aún permanecen en el alma. Siendo «carne», el hombre caído es perverso contra las convicciones del Espíritu (Hechos 7:51), y permanece así para siempre a menos que sea vivificado y hecho «espíritu» (Juan 3:6).

      4. En iluminar. Con respecto a las cosas Divinas, el hombre caído no solo está desprovisto de luz, sino que es «tinieblas» en sí mismo (Efesios 5:8). No tenía más aprensión por las cosas espirituales que las bestias del campo. Esto es muy evidente por el estado de los paganos. ¿Cómo, entonces, explicaremos la inteligencia que se encuentra en miles en la cristiandad, que aún no dan evidencia de que son nuevas criaturas en Cristo Jesús? Han sido iluminados por el Espíritu Santo (Hebreos 6:4). Muchos se ven obligados a investigar los temas bíblicos que no exigen nada a la conciencia ni a la vida; sí, muchos se deleitan en ellos. Así como las multitudes se complacían al contemplar los milagros de Cristo, quienes no podían soportar Sus escrutadoras demandas, así la luz del Espíritu agrada a muchos para quienes Sus convicciones son dolorosas.

      Nos hemos detenido en algunas de las operaciones generales e inferiores que el Espíritu Santo realiza sobre los no elegidos, que nunca llegan a un conocimiento salvador de la Verdad. Ahora consideraremos Su obra especial y salvadora en el pueblo de Dios, enfocándonos principalmente en la absoluta necesidad de la misma. Debería facilitarle al lector cristiano percibir el carácter absoluto de esta necesidad cuando decimos que toda la obra del Espíritu dentro de los elegidos es plantar en el corazón un odio por y un aborrecimiento del pecado como pecado, y un amor por y anhelo de la santidad como santidad.

      Esto es algo que ningún poder humano puede lograr. Es algo que la predicación más fiel como tal no puede producir. Es algo que la mera circulación y lectura de la Escritura no imparte. Es un milagro de gracia, una maravilla Divina, que nadie más que Dios la puede llevar a cabo.

      Por supuesto, si los hombres son sólo parcialmente depravados (que es realmente la creencia actual de la gran mayoría de los predicadores y sus oyentes, que nunca han sido enseñados experimentalmente por Dios sobre su propia depravación), si en el fondo de sus corazones todos los hombres realmente aman a Dios, si son tan bondadosos que se les puede persuadir fácilmente para que se conviertan en cristianos, entonces no hay necesidad de que el Espíritu Santo ejerza Su poder omnipotente y haga por ellos lo que son totalmente incapaces de hacer por sí mismos. Y nuevamente: si «ser salvo» consiste simplemente en creer que soy un pecador perdido y en camino al infierno, y simplemente en creer que Dios me ama, que Cristo murió por mí y que Él me salvará ahora con la sola condición que yo «lo acepte como mi Salvador personal» y «repose en Su obra consumada», entonces no se requieren operaciones sobrenaturales del Espíritu Santo para inducir y capacitarme para cumplir esa condición; el interés propio me impulsa y una decisión de mi voluntad es todo lo que se requiere.

      Pero si, por el contrario, todos los hombres

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