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tiempo, pero les declaró: «Yo a la verdad os bautizo en agua; pero viene uno más poderoso que yo, de quien no soy digno de desatar la correa de su calzado; él os bautizará en Espíritu Santo y fuego» (Lucas 3:15-16). En consecuencia, lo hizo en el día de Pentecostés, como lo muestra claramente Hechos 2:32-33. Tercero, de Cristo. Siete veces el Señor Jesús confesó que daría o enviaría el Espíritu Santo: Lucas 24:49; Juan 7:37-39; 14:16-19; 14:26; 15:26; 16:7; Hechos 1:5, 8. De estos podemos notar particularmente, «cuando venga el Consolador, a quien yo os enviaré del Padre […] él dará testimonio acerca de mí» (Juan 15:26): «Os conviene que yo me vaya; porque si no me fuera, el Consolador no vendría a vosotros; mas si me fuere, os lo enviaré» (Juan 16:7).

      Lo que sucedió en Juan 20:22 y en Hechos 2 fue el cumplimiento de esas promesas. En ellas contemplamos la fe del Mediador: Él se había apropiado de la promesa que el Padre Le había dado: «Así que, exaltado por la diestra de Dios, y habiendo recibido del Padre la promesa del Espíritu Santo, ha derramado esto que vosotros veis y oís» (Hechos 2:33), fue por anticipación de la fe que el Señor Jesús habló como lo hizo en el pasaje anterior.

      «El Espíritu Santo fue el regalo de ascensión de Cristo por Dios, para que Él pudiera ser otorgado por Cristo, como Su don de ascensión a la iglesia. Por eso Cristo había dicho: ´He aquí, yo enviaré la promesa de mi Padre sobre vosotros´. Este fue el don prometido del Padre al Hijo, y el don prometido del Salvador a Su pueblo creyente. Qué fácil es reconciliar ahora la aparente contradicción de las palabras anteriores y posteriores de Cristo: ‘Y yo rogaré al Padre, y os dará otro Consolador’; y luego, ‘mas si me fuere, os lo enviaré’. El Espíritu fue la respuesta del Padre a la oración del Hijo, por lo que el don fue transferido por Él al cuerpo místico del que Él es cabeza» (A. T. Pierson en Los hechos del Espíritu Santo).

      2. Fue el cumplimiento de un tipo importante del Antiguo Testamento. Es esto lo que nos explica por qué el Espíritu fue dado el día de «Pentecostés», que era una de las principales fiestas religiosas de Israel. Así como hay un significado profundo en el hecho de que Cristo haya muerto el día de la Pascua (siendo el antitipo de Éxodo 12), así también hay una verdad profunda detrás del hecho de la venida del Espíritu 50 días después de la resurrección de Cristo. El tipo está registrado en Levítico 23, al que aquí solo podemos hacer una breve alusión. En Levítico 23:4 leemos: «Estas son las fiestas solemnes de Jehová».

      La primera de ellas es la Pascua (versículo 5) y la segunda la de los «panes sin levadura» (versículo 6, etc.). Las dos unidas entre sí hablando del Cristo sin pecado ofreciéndose a Sí mismo como sacrificio por los pecados de Su pueblo. La tercera es la de la «gavilla mecida» (versículo 10, etc.), que fue la «primicia de los primeros frutos» (versículo 10), presentada a Dios «el día siguiente del día de reposo (judío)» (versículo 11), una figura de la resurrección de Cristo (1 Corintios 15:23).

      La cuarta es la fiesta de las «semanas» (cf. Éxodo 34:22; Deuteronomio 16:10, 16) así llamada debido a las siete semanas completas de Levítico 23:15; también conocida como «Pentecostés» (que significa «Quincuagésimo») debido a los «cincuenta días» de Levítico 23:16. Fue entonces cuando se empezaba a recoger el resto de la cosecha. En ese día, se requería que Israel presentara a Dios «dos panes para ofrenda mecida», que también eran designados como «primicias para Jehová» (Levítico 23:17). El anti tipo de la salvación de los 3 000 en el día de Pentecostés: las «primicias» de la expiación de Cristo, cf. Santiago 1:18. El primer pan representaba a los redimidos de entre los judíos, el segundo pan era anticipatorio y apuntaba a la reunión de los elegidos de Dios de entre los gentiles, comenzada en Hechos 10.

      3. Fue el comienzo de una nueva dispensación. Esto se insinuó claramente en el tipo de Levítico 23, porque en el día de Pentecostés definitivamente se requería que Israel ofreciera «el nuevo grano a Jehová» (Levítico 23:16). Claramente fue anunciado en un tipo aún más importante y significativo, a saber, el del comienzo de la economía mosaica, que tuvo lugar solo cuando la nación de Israel entró formalmente en una relación de pacto con Jehová en el Sinaí. Ahora es muy sorprendente observar que solo pasaron 50 días desde que los hebreos salieron de la casa de servidumbre hasta que recibieron la Ley por boca de Moisés. Salieron de Egipto el día 15 del primer mes (Números 33:3) y llegaron al Sinaí el primero del tercer mes (Éxodo 19:1, nota «en el mismo día»), que sería el cuarenta y seis. ¡Al día siguiente Moisés subió al monte, y tres días después la ley fue dada (Éxodo 19:11)! Asimismo, al igual que hubo un período de 50 días desde la liberación de los israelitas hasta el principio de la economía mosaica, ¡de la misma manera, el mismo tiempo transcurrió entre la resurrección de Cristo (cuando Su pueblo fue liberado del infierno) y el comienzo de la economía cristiana!

      El hecho de que una nueva dispensación comenzó en Pentecostés aparece además de las «lenguas como de fuego» (Hechos 2:3). Cuando Juan el Bautista anunció que Cristo bautizaría «en Espíritu Santo y fuego» sus oyentes pudieron haberlo entendido como el castigo sobre otros pueblos ajenos a los judíos, pero a la vez es posible que más bien en sus mentes se hayan despertado otros pensamientos. Quizá ellos recordaron la escena en la que su gran progenitor le preguntó a Dios, Quien le prometió que heredaría esa tierra en la que era extranjero: «Señor Jehová, ¿en qué conoceré que la he de heredar?» La respuesta fue «un horno humeando, y una antorcha de fuego …» (Génesis 15:17). Recordarían el fuego que vio Moisés en la zarza ardiente. Así como la «columna de fuego» que guiaba por la noche, y el Shekinah que descendía y llenaba el tabernáculo. Por lo tanto, en la promesa del bautismo de fuego, ¡reconocerían de inmediato la proximidad de una nueva manifestación de la presencia y el poder de Dios!

      Una vez más, cuando leemos que «se les aparecieron lenguas repartidas, como de fuego, asentándose sobre cada uno de ellos» (Hechos 2:3), se encuentra más evidencia de que ahora había comenzado una nueva dispensación. «La palabra ‘sat’ en las Escrituras marca un final y un comienzo. El proceso de preparación ha terminado y el orden establecido ha comenzado. Marca el final de la creación y el comienzo de las fuerzas normales. ‘Porque en seis días hizo Jehová los cielos y la tierra, el mar, y todas las cosas que en ellos hay, y reposó en el séptimo día’. No hay cansancio en Dios. Él no reposó de la fatiga: lo que significa es que toda obra creativa se realizó. La misma figura se usa para el Redentor. De Él se dice ‘habiendo efectuado la purificación de nuestros pecados por medio de sí mismo, (Él) se sentó a la diestra de la Majestad en las alturas’. Ningún otro sacerdocio se había sentado. Los sacerdotes del Templo ministraban de pie porque su ministerio era provisional y preparatorio, una parábola y una profecía. El propio ministerio de Cristo era parte de la preparación para la venida del Espíritu. Hasta que Él ‘se sentó’ en gloria, no podría haber dispensación del Espíritu… Cuando se completó la obra de la redención, el Espíritu fue dado, y cuando Él vino, ‘se sentó’. Él reina en la Iglesia como Cristo reina en los cielos» (Samuel Chadwick en The Way to Pentecost [El camino a Pentecostés]).

      «Hay pocos incidentes más esclarecedores que el registrado en ‘En el último y gran día de la fiesta’ en Juan 7:37-39. La fiesta era la de los Tabernáculos. La fiesta propiamente dicha, duraba siete días, durante los cuales todo Israel habitaba en tiendas. Se ofrecían sacrificios y se observaban ritos especiales. Cada mañana uno de los sacerdotes traía agua del estanque de Siloé, y en medio del toque de trompetas y otras demostraciones de gozo, el agua era vertida sobre el altar. El rito era una celebración y una profecía. Conmemoraba la provisión milagrosa de agua en el desierto, y daba testimonio de la expectativa de la venida del Espíritu. En el séptimo día cesaba la ceremonia del agua derramada, pero el octavo era un día de santa convocación, el día más importante de todos.

      «Aquel día no se derramó agua sobre el altar, y fue en el día sin agua que Jesús se paró en el lugar y clamó, diciendo: ‘Si alguno tiene sed, venga a mí y beba’ Luego añadió estas palabras: ´El que cree en mí, como dice la Escritura, de su interior correrán ríos de agua viva´. El Apóstol agrega el comentario interpretativo: ´Esto dijo del Espíritu que habían de recibir los que creyesen en él; pues aún no había venido el Espíritu Santo,

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