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La huerta de La Paloma. Eduardo Valencia Hernán
Читать онлайн.Название La huerta de La Paloma
Год выпуска 0
isbn 9788418411762
Автор произведения Eduardo Valencia Hernán
Жанр Языкознание
Издательство Bookwire
—Está bien, no hace falta, veo que ha preparado exhaustivamente el informe. Déjelo en la mesa que quiero echarle un vistazo; pero ¿sabemos de verdad con quién podemos contar?
—Señor president, Barcelona está en manos de los militares, el armamento está custodiado en sus cuarteles y lo único que podemos oponerles son nuestros Mossos d’Esquadra, algunas compañías de guardias de asalto, los anarquistas y los sindicalistas, pues me consta que ya están en ello, y algunos de los animosos de Estat Catalá.
—… ¡Estem fotuts! En fin, ¿algo más, Escofet?
—Bueno, para completar el informe diré que todavía no tenemos información sobre la escuela de pilotos de la Marina y de la Base de Hidroaviones de Aeronáutica Naval que tenemos en el puerto. No me gusta dejar cabos sueltos.
—Y qué me dice de las provincias. ¿Tenemos informes fiables?
—De Lérida no sabemos nada sobre la situación ni de la 8.ª brigada de infantería ni del regimiento Albufera 16. En Tarragona creemos que el regimiento Almansa 15 seguirá siendo fiel a la República. La misma situación la tenemos en Gerona. No tenemos información fiable del cuartel general de la 1.ª brigada de Montaña, tampoco de la plana mayor de su 1.ª media brigada, del batallón de montaña Asia n.º 2 ni del regimiento de artillería Pesada n.º 2 con su sección de veterinaria. Estoy a la espera de nuevos informes procedentes de Barbastro donde se encuentra la plana mayor de la otra media brigada de montaña y el batallón Ciudad Rodrigo n.º 4. Después quedan pequeños destacamentos cuya situación creemos que no es preocupante por el momento; en concreto son los situados en Figueras donde se halla el batallón de montaña Chiclana n. º 1 y una compañía de intendencia de la brigada; en Manresa con el batallón de ametralladoras n.º 4 y, finalmente, en la Seo de Urgell con el batallón de montaña Madrid n. º 3. De todos modos, creo que la actitud de los mandos militares va a venir condicionada al desarrollo de los acontecimientos aquí en Barcelona.
—Muy bien, Escofet, gracias por el informe. Veo que se ha esmerado lo suyo en conseguir la máxima información. Más tarde me lo leeré más detenidamente.
—Señor, hemos hecho lo posible, aunque todavía queda mucho por hacer.
—Entonces —responde Companys—, solo nos queda confiar en la seguridad de Casares Quiroga. Hace un rato que lo he llamado y me asegura que la situación está controlada y que solo hay pequeños grupos de exaltados que intentan romper el orden constitucional.
—Que Dios nos pille confesados, ¡Casares Quiroga! Yo creo, señor president, que en lo único que nos podría ayudar Casares es en autorizarnos a detener a los militares que tengo en esta lista, y acabar de una vez con la conspiración.
imagen 19
Esa misma tarde noche el joven Joan Casanellas, flamante diputado de ERC está a punto de coger el tren de la MZA en la estación de Francia que lo llevará a Madrid para ocupar su puesto de subsecretario de Trabajo. A parte de una pequeña maleta y una cartera de mano, también es portador de una carta escrita por el propio Companys dirigida al jefe del Gobierno. En ella se le informa de las pesquisas realizadas por la Policía en referencia a la conspiración que se está fraguando, aportando numerosos nombres sospechosos de sedición.
El diputado está pensativo. El tren ya ha partido y recorre la ciudad dirección sur por la zanja que transcurre por la calle Aragón. El humo y el hollín de la chimenea de la máquina empapan todo el entorno de los vagones desprendiendo su olor característico. Está nervioso, le han comentado que el expreso pasará por Zaragoza de madrugada y que allí la cosa no está clara. Algo le dice que la noche va a estar movidita. El presentimiento está constante en su cabeza. El general Cabanellas no se define en sus intenciones.
Pronto llegará el desenlace. En efecto, antes de llegar a Calatayud, Casanellas será detenido por los rebeldes y, posteriormente, fusilado. El destino de España comienza a fraguarse con sangre, sudor y lágrimas.
Mientras tanto, Franco ya está en Casablanca, en el protectorado francés, acompañado de su inseparable y conspirador, Bolín. Todos son prisas e improvisaciones. Ni siquiera van a tener tiempo de saborear los famosos cócteles del Café de Rick.
Antes de salir de Canarias ha dado instrucciones de trasladar a su familia fuera del país. Toda precaución es poca. La suerte está echada. El viaje en el bimotor Dragón Rapide, alquilado a una compañía inglesa con dinero del banquero mallorquín March, ha sido duro desde las Canarias tras repostar en Agadir. El general viste de paisano y se ha afeitado el bigote por seguridad. Mañana aterrizará en Tetuán, pero esta noche toca descansar.
19. Companys emitiendo instrucciones a través de Radio Barcelona en 1936. Fuente: cadenaser.com, 2019.
Alrededores del Castillo de Montjuic
Desde hace horas se van formando pequeños piquetes de sindicalistas y seguidores de la FAI vigilando los cuarteles. Durruti y sus lugartenientes han dado órdenes estrictas de mantener los accesos bloqueados tanto de entrada como de salida de los establecimientos militares. Uno de ellos está apostado en la esquina de la calle Aragón con Tarragona controlando las entradas y salidas del cuartel de caballería de Montesa, junto al escorxador de Barcelona. Todo sigue en calma. Bueno…, no todo, pues las cuadrillas de la CNT que controlan puesto a puesto el buen hacer de sus compañeros en la tarea de vigilancia intentan mantener la tensión para que los responsables de vigilar no se relajen.
—Os tengo dicho —increpa el cabecilla del grupo— que no dejéis entrar a gentes de paisano que se dirijan al cuartel. Si es preciso los liquidáis sin más.
—¿Y cómo sabemos que van al cuartel? Hace un rato ha pasado uno pegado al muro del matadero y cuando pasaba por delante se ha puesto a correr.
—Ya sabéis las órdenes. No voy a repetirlo. Están a punto de salir las tropas a la calle y no podemos permitir que se vayan apuntando más fascistas con esa gentuza. ¡Si la jodeis, os liquido allá mismo!
En algún lugar externo a la muralla del castillo…
—Ya son las ocho, Pepe —comenta Eduardo—. ¿Qué tal si volvemos al cuerpo de guardia a ver si ya ha llegado el desayuno y nos recuperamos un poco?
—Me parece bien y de paso le preguntamos al sargento qué está pasando ahí abajo, pues no se me va la mosca de la oreja.
—Seguramente los de la FAI la estarán armando de nuevo. Esta huelga de transportes seguro que los ha envalentonado y quieren aprovechar la ocasión. Además, con este calor, a todo el mundo le apetece estar en la calle ahora que el sol está oculto.
—¿Sabes una cosa? Yo creo que se está preparando algo muy gordo y nadie quiere soltar prenda. Todo este movimiento y el silencio de noticias de los oficiales solo significa que no tienen claro lo que está ocurriendo.
—Lo dicho, vamos a ver si nos enteramos de algo.
Pasado un rato…
—Mi sargento, sin novedad en el recorrido. Se oye mucho ruido abajo en la ciudad por la zona del Paralelo, pero no hemos tenido ningún incidente.
—Descansad e id a la cocina a desayunar. Después os presentáis a mí, ¿entendido?
—¿No vienen a buscarnos como de costumbre para volver al cuartel?
—Hum… Bueno, como ya he hablado con vuestros compañeros, sentaos ahí que quiero