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fuente escrita), chwedyl (originalmente, «lo dicho»; luego expande su sentido a «historia» o «relato»), cyfranc («encuentro», «aventura»; posteriormente, «narración de un encuentro»). Por esta razón, no podemos descartar que efectivamente denotara un tipo textual determinado, más por su contenido que por su forma, ya que, como veremos, el estilo y las características narrativas son comunes a todos los relatos.

      Asimismo, no sabemos con certeza si no existieron más cuentos del mabinogi. Al final de la Tercera rama, el narrador afirma «Ac o achaws y carchar hwnnw, y gelwit y kyuarwydyt hwnnw, Mabinogi Mynweir a Mynord» («Y a causa de este encarcelamiento fue llamada esta historia el Mabinogi del Collar y del Martillo»)5, en un intento por explicar la última parte del relato que trata sobre lo ocurrido a Pwyll y Rhiannon durante el tiempo en que estuvieron desaparecidos dentro de la fortaleza encantada. Así, nos introduce un mabinogi dentro de otro mabinogi, señalando la posibilidad de la existencia de muchos otros mabinogion no conservados o simplemente aludidos en los textos existentes. Esta misma idea es reforzada por el testimonio del Libro Rojo de Hergest, donde los cuatro relatos se inician con la frase «llyma dechreu mabinogi» («este es el comienzo del mabinogi»), pero no se cierran con una afirmación del tipo «aquí termina el mabinogi», sino con la anteriormente apuntada («Y así termina esta rama del mabinogi»).

      El significado de mabinogi se encuentra vinculado a la interpretación de cainc («y geing en los textos») como «rama» en el sentido de parte de un todo, que sería el árbol, idea que presupone que los relatos están efectivamente relacionados6. Esta interpretación es la que recibe el término francés branche en los romans franceses artúricos, donde las aventuras de los caballeros dentro de la estructura entrelazada del roman eran como «ramas» que se desprendían del árbol representado por el hilo conductor de todos los episodios, tal y como, por ejemplo, la búsqueda del grial. No obstante, el investigador Matthieu Boyd propone pensar las ramas como un ciclo, es decir, como una serie de narraciones focalizadas en un punto, en este caso en la biografía heroica de Pryderi, del mismo modo que Carlomagno es el foco del ciclo carolingio francés y que le otorga cierta unidad a todas las composiciones. De esta manera, las ramas del mabinogi serían ramas de un árbol cuyo tronco solo se narra cuando las historias que efectivamente se cuentan se relacionan con él7. A este sentido de cainc tendríamos que agregarle, como lo recuerda Sioned Davies, el de «hilo de soga», que da una idea de episodios entrelazados, y el de «canción, melodía», que subraya la importancia del acompañamiento musical en la recitación, que era la forma de difusión y circulación de estos textos8. Con todo, vale la pena subrayar el carácter abierto de este formato textual, sobre todo en virtud de su maleabilidad por parte de los profesionales que se encargaban de su difusión, los recitadores, ya que dada la potencialidad multiplicativa de los cuentos, estos podían introducir muchas otras ramas a las existentes.

      Así las cosas, es innegable que Las cuatro ramas del mabinogi comparten una red de relaciones formales y temáticas, un repertorio de personajes, temas, convenciones y técnicas narrativas que les otorgan unidad. El lector no solo encontrará personajes repetidos, acontecimientos paralelos o invertidos, y motivos pertenecientes al acervo del cuento folclórico internacional, sino también referencias intertextuales muy marcadas en composiciones que, tradicionalmente, fueron fechadas entre 1050 y 11209. Investigaciones filológicas recientes no permiten precisar mucho más la datación, salvo el hecho de que fueron compuestas antes de la mitad del siglo XIII, época de la que proviene el testimonio más antiguo, el manuscrito Peniarth 6, en el que se conservan fragmentos de la segunda y tercera ramas10. El lugar de composición fue posiblemente el reino de Gwynedd en el norte, dado el conocimiento geográfico del área demostrado por el narrador, pero Dyfed (suroeste) también ha sido propuesto, pues los relatos se mueven de un reino al otro sucesivamente.

      Las cuatro ramas han sido consideradas tradicionalmente como el ciclo mitológico galés, poblado de dioses, símbolos ancestrales, aventuras en el otro mundo e indicios sobrenaturales. Por esta razón muchos críticos han intentado reconstruir los mitos «originales» que siglos y siglos de manipulación, circulación oral e ignorancia y negligencia por parte de los compositores habrían deformado hasta dar como resultado los textos que conservamos actualmente. Si bien la acción se sitúa en el pasado precristiano y hallamos una buena cantidad de seres y hechos maravillosos, el sentido de los relatos está fuertemente anclado en el presente del público medieval: desde el interés onomástico por explicar y poblar de significados el paisaje hasta tematizar problemas reales relativos al comportamiento humano. Como afirma Sioned Davies, son relatos míticos en tanto estas tradiciones míticas plantean y resuelven inquietudes de la sociedad medieval, sobre todo porque ubican a los personajes en situaciones liminales que despliegan un abanico de posibilidades y decisiones que permiten entablar un diálogo con el público y ofrecer un modelo de buena conducta sobre el cual reflexionar11. Autores como J.K. Bollard argumentan, en esta misma línea, que preocupaciones sociales bien definidas atraviesan todos los relatos: la amistad entre los hombres, el establecimiento de alianzas a partir de dicha amistad o del matrimonio, y la conducta deseable para prevenir feudos de sangre y mantener el orden y la paz12. De este modo, Las cuatro ramas nos muestran el resultado desastroso de acciones o palabras arrebatadas, notablemente en la segunda y cuarta ramas, en las que el derramamiento de sangre entre familias, producto de un insulto, lleva a la destrucción de reinos enteros y, por oposición, los resultados positivos de las acciones prudentes y el respeto por los lazos de parentesco y de la amistad. En este sentido, Manawydan en la Tercera rama encarna los valores de prudencia y astucia deseables para y por la aristocracia galesa medieval. Helen Fulton, de hecho, propone que los textos pueden ser pensados como «espejos de príncipes», es decir, ejemplos de diferentes tipos de liderazgo y de habilidad política, entre los cuales se ilustran aquellos que ofrecen más ventajas para el público aristocrático galés13.

      Como último tema relativo a Las cuatro ramas apuntemos simplemente que los relatos carecen de atribución autoral, por lo que permanecen anónimos. Se ha discutido si se trata de la obra de un único autor o de varios, e incluso se ha propuesto que una mujer (y una en particular, no cualquiera) fue la responsable de su redacción, pero en el estado actual de las investigaciones, esta pregunta no ha podido ser respondida definitivamente14.

      Además de estos cuatro relatos, integra este volumen una serie de textos muy variados. Por un lado, «El sueño de Maxen Wledig» («Breudwyt Maxen Wledic»), un cuento histórico-legendario acerca de cómo el emperador Magnus Maximus (Maxen Wledig en galés) halló a la mujer de la que se había enamorado en un sueño. El testimonio más antiguo de esta historia se halla en un fragmento conservado en el manuscrito Peniarth 16, datado en la segunda mitad del siglo XIII, y también fue copiado en los dos códices ya mencionados, el Libro Blanco de Rhydderch y el Libro Rojo de Hergest15. En estos dos últimos antecede a otro cuento, «La aventura de Lludd y Llefelys» (del que nos ocuparemos a continuación), con el cual comparte un marcado interés histórico al retomar y reelaborar material de la tradición legendaria galesa. «El sueño de Maxen» despliega uno de los principales temas de la historiografía galesa medieval: la continuidad entre el pasado romano y el mundo galés, presentando a los galeses como herederos de Roma (además de sus conquistadores). Magnus Maximus, oficial romano proclamado emperador por las tropas en Britania en 383, es síntoma de las vicisitudes del Imperio Romano décadas antes de la deposición del último emperador (que acontecería en 476). Dominó los territorios al norte de los Alpes pero fue finalmente derrotado en Italia en 388. Para la historiografía galesa, no obstante, representa el inicio del fin de la dominación romana en la isla y, subsecuentemente, de la pérdida de soberanía. La provincia romana, equiparada a Ynys Prydein («Isla de Britania»), era pensada como una entidad cultural y lingüística britana (los britanos eran los antepasados de los galeses), otro de los conceptos de la historiografía galesa tradicional. Justamente debido a estos principios de continuidad y sucesión, las principales dinastías afirmaban descender de tan ilustre ancestro. La ubicación de la sede del poder en el reino de Gwynedd (norte de Gales) parece sugerir que la composición de este relato estaría vinculada a la afirmación de hegemonía de la dinastía de ese reino durante

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