Скачать книгу

llegó mi esposo, mi condición había empeorado. Volvía a sentir ese dolor punzante que me había afligido durante las vacaciones con mis padres. El lado derecho de mi cuerpo se paralizaba ante el avance del dolor. Al comunicarnos con nuestros padres, la orden fue llevarme a la clínica lo antes posible. Al ingresar en la unidad de emergencia, comenzaron las preguntas de rutina:

      —“¿Qué comiste?”

      —“¿Desde cuándo tienes este dolor?”

      —“¿Dónde sientes dolor?”

      Para que cesara el dolor, me colocaron un protector gástrico y otras medicaciones. El doctor le comentaba a mi esposo que era algo común en las mujeres embarazadas sufrir de acidez. A las 2 de la madrugada, el doctor de guardia nos dice que podemos regresar a casa. A pesar de no sentirme recuperada totalmente decidí ir a casa.

      A las 2:30 am llegamos a casa. Fuimos a la habitación para poder descansar. Al acostarme en la cama, el dolor volvió con mayor fuerza.

      —“¿Cómo puedes sentir dolor?” – me preguntaba mi esposo. “Hace unos pocos momentos recibiste medicamentos de forma endovenosa”.

      Al ver su rostro perplejo ante mi situación, pensé que lo mejor era tratar de descansar. Tomé un jarabe antiácido y protector gástrico que tenía en casa. A las 6:00 am, mi esposo se levantó y me halló adolorida. Su preocupación aumentó.

      —“Tengo una reunión muy importante con mi jefe hoy. De esta reunión dependen muchas cosas en el trabajo.” A esto agregó, “En caso de cualquier emergencia, o si el dolor continúa, me llamas inmediatamente”.

      Eran las 10:00 am. El dolor había empeorado.

      —“Amor, tienes que venir a casa, por favor”.

      —“¿Cómo estás? ¿Qué está pasando?”

      —“No es normal tener un dolor tan intenso. Algo está pasando. Es un dolor que abraza el lado derecho de mi cuerpo”.

      —“¿Cómo puede ser esto una acidez? Iremos a la clínica inmediatamente. Estoy de salida”.

      Mis padres nos siguieron hasta el centro médico. Al entrar nuevamente en el área de emergencia, algunos de los doctores me reconocieron. Era la misma paciente que había estado en la sala unas horas antes. Al ver que el dolor no cesaba, una especialista en gastroenterología vino a evaluarme. Hizo una ecografía y vio la causa del dolor. Mi vesícula estaba llena de cálculos.

      —“Es una colecistitis aguda”.

      —“¡Hay que hospitalizarla inmediatamente!”

      —“¿Cuál es el mejor plan en su estado de gestación?”

      —“Debemos tratar de mantener al bebé en el vientre lo más que podamos. Los ultrasonidos muestran que hay inmadurez pulmonar. No es conveniente sacar al bebé”.

      Estuve hospitalizada tres días. Me sentía muy mal. No podía comer absolutamente nada, me mantenían hidratada por vía endovenosa. El dolor sólo cedía por algunos minutos. Las noches eran interminables y mi cuadro estaba complicándose. Mis padres sugerían hacer una cesárea de emergencia. Sin embargo, el centro donde me encontraba no tenía cupo en terapia neonatal, la cual por ser un prematuro la necesitaría al momento de nacer.

      Contra opinión médica fui trasladada a otro centro donde se podría hacer esta cesárea. El riesgo de mortalidad era muy alto, tanto para José Antonio, como para mí. Clínicamente, todo se estaba complicando. Los movimientos del bebé eran desesperados. El doctor del centro médico donde me encontraba, pensaba que yo estaba un poco “aprehensiva” y que lo mejor era esperar. Sin embargo, había un gran riesgo a que este dolor se convirtiera en una complicación que podríamos pagar, el bebé y yo, con nuestras propias vidas.

      A las 10:00 pm fui llevada a la clínica donde sería atendida de emergencia. Nuevamente me colocaron calmantes. En este momento, los médicos se reunieron con mi esposo y mis padres para discutir mi caso:

      —“Haremos una resonancia magnética para poder visualizar las vías biliares, páncreas y vesícula. Después de la evaluación podremos saber con más certeza qué camino tomar”.

      Pronto me introdujeron en un largo túnel. Llevaba un chaleco de plomo para proteger al feto. Una vez realizada la resonancia, se reunió nuevamente la junta médica con mi padre y mi esposo.

      —“La resonancia muestra que los cálculos están bajando por el colédoco hacia el páncreas. Si ella hace una pancreatitis aumenta el riesgo de muerte”.

      —“¿Haremos entonces la cesárea de emergencia?” – preguntó mi padre.

      —“Mañana procederemos,” contestó el doctor. “En el caso que tengamos que decidir entre la vida del feto o de la madre, salvaremos la de la madre”.

      El agua caliente recorría mi cuerpo aliviándome un poco del dolor. Sin embargo, mi mente estaba fija en el momento de la intervención quirúrgica. Necesitaba mantener la esperanza viva en medio de todas las tormentas.

      3

      Mi Nacimiento

      Se nos pone en situaciones para construir

      nuestro carácter, no para destruirnos

      –Nick Vujicic

      Era la 1:30 pm y ya era el momento de entrar al quirófano. Mi padre, por ser médico, entraría conmigo. El plan era sacar al bebé y posteriormente retirar mi vesícula por medio de una laparoscopia.

      La anestesióloga preparó la epidural y me pidió que me colocara en posición fetal.

      —“Valmy, es importante que no se mueva. De otra forma tendremos que reiniciar el procedimiento”.

      Escuchaba atentamente las indicaciones, sin embargo, al primer intento me moví. La anestesióloga trató nuevamente de insertar la aguja entre las dos vértebras, y yo nuevamente me dejé vencer por los nervios.

      —“Valmy, voy a hacer un último intento. Si te mueves otra vez no podremos colocar la epidural, y la única opción restante va a ser una anestesia general en la que pondremos en mayor riesgo tu vida y la de tu bebé. Trata de resistir un poco y colabora conmigo para que todo salga bien”.

      Saqué fuerzas de donde no las tenía. Finalmente, no me moví y ella pudo colocar la epidural. Al colocarme en la cama del quirófano, todo empezó a nublarse. Las náuseas incrementaban. Sólo alcancé a decirle a mi papá, quien estaba a mi lado: “Papi, me siento muy mal. Me estoy yendo”.

      —“¡Valmy escúchame!” – intervino la anestesióloga. “Tienes la mínima en 3, lo que es una presión arterial muy baja. Ya te estamos asistiendo”.

      —“¡Corten y saquen al bebé rápido!” – dijo angustiado mi padre.

      Todo se hizo contra reloj. Mi presión arterial había bajado mucho y el bebé estaba en mi vientre. A las 4:10 pm habían terminado con la cesárea. Sólo escuché una diminuta vocecita pero mi bebé no había llorado. Esto me empezó a preocupar.

      —“Papi, ¿está todo bien? No escuché llorar al bebé”.

      —“Tranquila hija,” respondió nerviosamente. “Es un catire hermoso. Los médicos lo están limpiando”.

      Mi padre sólo quería tranquilizarme, sin darme explicaciones de lo que estaba sucediendo. Sin embargo, algo me angustiaba. ¿Cuándo lo traerían para que yo lo viera? Siempre les colocan el bebé a sus madres al momento de nacer; pero ese momento no llegó para mí. Nunca estuvo en mis brazos al nacer. José Antonio había sido llevado a terapia intensiva.

      Al preguntar por mi bebé, los médicos procedieron a colocarme la anestesia general y seguir con el proceso para retirar la vesícula. Cuando abrí nuevamente mis ojos estaba en una sala de recuperación con una cobija térmica; tenía muchísimo dolor. Mi padre estaba a mi lado. Me había acompañado en todo momento.

      —“Papá,

Скачать книгу