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minutos llamaba para averiguar mi estado y el del bebé.

      La enfermera, siguiendo las indicaciones dadas, tomó una vía en mi brazo y comenzó a pasar los medicamentos. Paulatinamente sentí alivio y el dolor empezó a cesar. Pero me preocupaba el estado de mi bebé. Me preguntaba cómo este doctor no me había examinado o chequeado el estado de mi hijo. En ese momento pensé lo distinto que era ser tratado por un médico con vocación, y otro para quien uno es sólo otro paciente más. El haber crecido con padres médicos, a quienes he visto dedicar su vida al servicio de otros hacía este contraste aún más latente. Al pasar el dolor, cancelamos y partimos al hotel.

      Mis padres y mi hija descansaban. Mientras trataba de unirme a ellos en el descanso, pensaba “¿Sería esto realmente una acidez?”. Había sido un dolor punzante. Estaba muy nerviosa por el estado de mi bebé . “¿Estará todo bien?” “¿Habrá una esperanza de que este milagro continúe?”, me preguntaba mientras trataba de conciliar el sueño. El movimiento leve de mi hijo me dio un poco de seguridad. Todo estaría bien.

      Los días restantes de nuestras vacaciones fueron más tranquilos. El dolor había cesado y hacía esfuerzos mayores para mantener una alimentación lo más sana posible. Eliminé los dulces, alimentos altos en grasas, reduje cantidades de carnes rojas . Me dije a mí misma, “si es algún problema estomacal, debo cuidarme.” Y así lo hice.

      El viaje de regreso fue sin contratiempos. Mi esposo y yo estábamos felices de vernos y él se sentía más seguro de tenernos en casa.

      “Mami, ¿quieres un niño o una niña?”

      Una vez terminados nuestros días de descanso seguiría la rutina de mis controles prenatales. Esta vez, el doctor trataría de ver el sexo del bebé. De camino a la cita, empezaron a darse voces a las expectativas. Mi esposo decía que no le importaba el sexo del bebé, sólo quería un niño sano. Mi hija decía, “Yo quiero una hermanita, prefiero que sea niña”.

      Al igual que mi esposo, yo quería un niño sano. Era lo más importante para mí. Sin embargo, algo curioso me había pasado. Desde el momento que supe de mi embarazo y a medida que pasaban los meses, veía decoraciones de habitaciones y lencería para infantes. Me gustaban las decoraciones en azul, verde y de varón en general. Mi hija interrumpió mis pensamientos al preguntarme:

      —“Mami, ¿Quieres un niño o una niña?”

      —“Sinceramente quiero un bebé varón. Ya disfruté de todas las etapas de una niña al tenerte a ti. Quisiera un niño con mis ojos claros. Hay cosas hermosas para niños pero, lo que Dios disponga en nuestro hogar será recibido con toda alegría”.

      Llegamos al momento donde veríamos por primera vez, si la bendición que llevaba en mi vientre era una niña o un niño. Al examinarme, el doctor pregunta:

      —“¿Quieren qué les diga el sexo del bebé?”

      —“¡Sí!” respondimos en coro, llenos de entusiasmo, mi esposo, mi padre, mi hija y yo.

      —“A ver ¿quieren una niñita o un varoncito?”

      A esta pregunta se entretejían las voces, cada uno tratando de hacer conocer sus deseos.

      —“¡Yo quiero niña!”, respondió mi hija.

      —“¡Yo quiero niño!, “ dije entre risas.

      —“¡A mí me da igual doctor!, “ se escuchaba a mi esposo.

      Finalmente, el doctor dice:

      —“¡Es un varón!”

      Todos alzamos voces de júbilo al saber la noticia. ¡Un niño! Lo que quedaba era seguir orando para que este pequeño llegara sano y fuerte. Mi médico recomendó también una ecografía genética y posteriormente ecos tridimensionales, como parte de las rutinas de seguimiento. Al preguntarle qué médico recomendaba para estos exámenes, nombró a un gran amigo de mis padres. Esto los llenó de gran alegría ya que me acompañarían a estas evaluaciones.

      Un Nombre para el Nuevo Integrante de la Familia

      Mi esposo y yo habíamos conversado un poco sobre el nombre del bebé. Habíamos acordado que llevaría el nombre de “Antonio, “ en honor a la promesa que había hecho. Si era una niña, la llamaríamos Antonella. Como mi esposo se llama Luis José, pensábamos que, si era varón, se llamaría José Antonio.

      Ahora era una realidad. El milagro de la vida tenía nombre. José Antonio pronto estaría en nuestros brazos.

      Nuevas Evaluaciones, Nuevas Esperanzas

      El día de la ecografía genética había llegado. Siempre a mi lado, mis padres vieron en esta cita un motivo de doble alegría. No sólo les permitía darme el apoyo que tanto necesitaba; tendrían también la oportunidad de reencontrarse con un gran amigo para ambos. Al momento de la consulta, los abrazos de años de amistad se hicieron presentes; no faltaron anécdotas que volvían frescas a revivirse entre cuentos y risas. Todo esto me aseguraba que Dios me guiaba a buenas manos.

      Una vez hecho el eco genético, se corroboró el sexo del bebé y se observó cuidadosamente su condición. Se revisó las vías arteriales a su pequeño corazón, se tomó las medidas de sus órganos, se observó los huesos. Sólo hizo una observación. El cerebelo del bebé era un poquito más pequeño de lo normal. Agregó que estaba en el margen mínimo, pero que me daría otra cita para el eco tridimensional. Este último se haría pasadas tres semanas, esperando a que el bebé creciera un poco más y así poder hacer seguimiento. Su tono no era uno de preocupación. Al contrario. Nos indicó que el niño estaba creciendo bien.

      Una semana después, mi padre me hizo otra evaluación ginecológica. Él como especialista deseaba ver a su nieto. No notó nada fuera de lo común. Ya nos acercábamos al séptimo mes y era momento de hacer la ecografía tridimensional.

      Mientras, mi esposo y yo, comenzamos a decorar el cuarto para José Antonio. Las paredes eran celestes y blancas. Lo decoraríamos con trenes. Ahí estaba ya su cunita, una mecedora para cuando lo tuviera que amamantar. También una mesita para cambiar sus pañales. En el armario, comenzábamos a colocar algunas ropitas para él. A veces, cuando mi esposo llegaba del trabajo, nos sentábamos en este cuarto, fantaseando juntos la llegada de nuestro hijo. Añadimos su coche, y poco a poco los biberones y todo lo que pensamos sería necesario. ¡Lo habíamos logrado! ¡Sólo dos meses más!

      Al preparar los detalles para recibir a nuestro hijo, una alegría inmensurable llenaba nuestros corazones. Era como si el sol no dejaba de brillar cada día; los días eran gozosos, cargados de amor y fe.

      Con el pasar de los días, había planificado una fiesta para la llegada del bebé, o baby shower. Con mucho cariño, preparé los dulces, canapés, torta y otros alimentos que degustaríamos. Mi esposo, se había encargado de la música para amenizar una hermosa reunión que contó con la presencia de los familiares y amigos más allegados. Los abuelos se encargaron de decorar, y mis padres compraron los recuerditos de la fiesta. Entre juegos y risas, regalos y los mejores consejos, pasamos una velada inolvidable, que indicaba que muy pronto José Antonio estaría con nosotros.

      A las 34 semanas de gestación tuve mi cita para el eco tridimensional. Me sentía mal de salud. Las náuseas y el dolor en mi estómago me agobiaban. El dolor de cabeza no me dejaba tener los ojos abiertos por mucho tiempo. No había aumentado mucho de peso en este trimestre. La tarde se hizo muy larga. Mientras esperaba, la secretaria del doctor me informó que no podría ser atendida. La paciente anterior había tenido una emergencia médica y el doctor entraría a quirófano. Se pospuso mi evaluación y regresé a casa a tratar de descansar un poco.

      Dificultades Inesperadas

      Las celebraciones de fin de año estaban en el ambiente, y pasamos momentos familiares muy amenos, sin dejar de pensar que pronto tendríamos en casa al regalo que Dios nos había enviado.

      Al pasar las festividades, un día

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