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mismo tiempo que negaban la doctrina bíblica de la insuficiencia humana. La racionalidad de la humanidad llegó a ser la esperanza de un mundo que mejoraría siempre y que sería cada vez más benevolente. Esta visión del mundo y la vida se colapsó bajo el peso de la evidencia contraria. Dos guerras mundiales y genocidas masivas nos han demostrado que, mientras que los avances de la ciencia pueden mejorar la vida de muchas maneras maravillosas, la educación secular no puede mejorar el lado oscuro de la especie humana. De hecho, el conocimiento cada vez mayor lo hace aun más oscuro y más peligroso.

      La Era Moderna ha finalizado. Sin embargo, lo que la ha reemplazado no ha sido una vuelta al mundo bíblico del primer siglo o de la Reforma del siglo XVI, sino a la desesperación humana. La Era moderna abrazó la posibilidad de alcanzar la cohesión corporativa a través de una perspectiva moral común, pero resultó ser un mito, y lo que lo ha reemplazado es una insistencia en el yo, los derechos personales y la moralidad privada. Así nació la Era Posmoderna con su llamamiento a un egocentrismo radical.

      El fruto de la posmodernidad ha sido una revisión de la sociedad. Los comentadores sociales ya lo advirtieron, desde el secular Christopher Lasch (La cultura del narcisismo, 1969) y el apologista cristiano Francis Schaeffer, hasta una letanía de escritores recientes tales como George Barna, Michael Horton y David Wells. Entre sus muchas características se encuentran estas:

      1. Una trivialización de los valores. Esto brota de nuestro consumismo, el crecimiento del bienestar y una preocupación con los deportes y el ocio. Los norteamericanos viven para la atracción pasajera de meros placeres, mientras las virtudes públicas se desmoronan en el abismo de los valores privados e individuales.

      2. Una vida ensimismada y egocéntrica. Tal como se observa en nuestras conversaciones sociales, parecemos valorar el atletismo (la virtud de la fuerza), la belleza física (el arte de la atracción temporal) y el dinero (la carpeta financiera y los planes de jubilación) sobre todas las cosas, sin preocupación por los demás o el sacrificio por ellos.

      3. Una pérdida de la gratitud. Preocupados por nosotros mismos, hemos perdido la gracia de ser agradecidos. Es triste vivir en un mundo donde no hay gratitud porque nosotros mismos nos hemos vuelto la causa y la fuente de todas las cosas buenas.

      A la luz de estas tendencias, no es sorprendente que muchas de nuestras iglesias carezcan de un llamamiento serio a la adoración de Dios. Lo que está ausente no es la estructura en la adoración. Todas las iglesias la tienen. Más bien, es la contrición y la humildad de corazón en la adoración. La perspectiva de Dios en la adoración se ha dejado fuera, y no podemos restaurarla sin renovar nuestro enfoque en Dios.

      No hay mejor modelo para la iglesia hoy que los principios bíblicos vistos en la Reforma protestante del siglo XVI. Martín Lutero, Juan Calvino y una hueste de otros reformadores llamaron a un teocentrismo radical como la esencia de la vida genuinamente cristiana. Su visión de la fe era tan radicalmente diferente de gran parte de la Cristiandad de la época, y tan completamente bíblica, que un regreso a la fe de la Reforma ayudaría mucho para renovar nuestras iglesias hoy y llenar el vacío de un cristianismo moldeado por los valores posmodernos.

      La Reforma fue un llamamiento al cristianismo auténtico, un intento de escapar de la corrupción medieval de la fe a través de la renovación y la reforma. Su enseñanza, basada en la quíntuple repetición de la palabra sola (“sólo”), fue un mensaje radical para aquel día (y tendría que serlo para el nuestro) porque llamaba a un compromiso con una visión enteramente teocéntrica de la fe y de la vida.

      1. Sola Escritura. Los reformadores insistieron, como fundación para todo lo demás, que sola la Escritura es 1) la autoridad en todos los asuntos de fe y de práctica; 2) la revelación de Dios a la humanidad; y 3) comunicación de Uno que es incapaz de engañar o ser engañado. Sólo Dios es verdadero, y su Palabra es un producto de las perfecciones de su carácter. Por consiguiente, ella sola es enteramente verdad y fidedigna.

      2. Solo Cristo. Los reformadores insistieron que solamente Cristo es el Redentor. Ellos entendieron por esto que 1) sólo Cristo es el medio de salvación; 2) la base de la redención no es otra que la obra de Cristo en el Calvario, quien hizo una satisfacción penal al ofrecerse a sí mismo a Dios por los pecadores; y 3) para hacer esto, Cristo debió ser el Hijo único de Dios, puesto que el carácter de Dios demanda un pago que satisfaga las demandas de su propio ser, y ninguna mera criatura pudo nunca cumplir esto.

      3. Sola Gracia. Los reformadores insistieron que el hombre solamente merece que Dios revele su ira contra él, y que esto significa que la salvación debe ser solamente por gracia, sin ningún mérito humano. Tal radical –aunque correcto– entendimiento de la Biblia significa que sólo Dios provee la salvación. No puede ser ganada por el mérito humano.

      4. Sola Fe. Los reformadores insistieron que la salvación era sólo por la fe. La fe no es la causa de la gracia de Dios. Es nuestra respuesta a la gracia de Dios revelada al alma humana. Esto significa que 1) la fe no es meritoria, siendo sólo el medio para apropiarnos de la provisión de misericordia de Dios en Cristo; 2) la fe es nuestra aceptación de lo que Cristo ya ha hecho por nosotros, no la causa de ello; y 3) la fe es en sí misma un don de Dios.

      5. Sólo a Dios la Gloria. El quinto punto es el enfoque de este libro –la gloria sólo es para Dios–. Es la implicación lógica de los otros cuatro puntos, un llamamiento a una visión radical de una vida teocéntrica en todas las numerosas facetas de la vida. La gloria sólo a Dios implica el propósito recto para toda la vida –un propósito teocéntrico–. Todos los que comparten esta visión radical del cristianismo hacen de la gloria de Dios el propósito principal de la vida, no el cumplimiento de sí mismos o la autorrealización.

      No hay mejor resumen del lema “Sólo a Dios la gloria” que la afirmación de Pablo en Romanos 11:36: “Porque de Él, y por Él, y para Él, son todas las cosas. A Él sea la gloria por los siglos. Amén.” Esta es la justificación de Pablo para un enfoque profundamente teocéntrico a la vida. La cuádruple repetición de “Él” en el marco de estas pocas palabras ilumina el enfoque central y exclusivo para el cristiano: Dios y su gloria. Además, la razón de su visión radical de la vida está expresada en tres preposiciones: “de”, “por” y “para”.

      La primera de estas palabras, “de”, indica que Dios es la fuente de todas las cosas. Todas las cosas tienen su origen o causa en Dios. Esto se encuentra en armonía con la declaración de Juan el evangelista: “Todas las cosas por él fueron hechas, y sin él nada de lo que ha sido hecho, fue hecho” (Juan 1:3). Todas las cosas vienen de Dios. El que no fue creado hizo todas las cosas creadas.

      La segunda de estas palabras, “a través” (o “por”) indica que Dios es el sustentador de todo lo que Él creó. Esto es, la existencia de la creación depende de la continua benevolencia de Dios. Pablo escribió de Jesús: “Y él es antes de todas las cosas, y todas las cosas en él subsisten” (Colosenses 1:17). El No Creado no sólo creó todas las cosas. Él las sustenta aun ahora por la palabra de su poder.

      La tercera de estas palabras, “a” (o “para”) indica el objetivo de todo lo que Dios ha creado. Todas las cosas fueron hechas por Dios, y todas las cosas por Él existen. Él que creó todas las cosas es el fin para el cual todas las cosas fueron hechas. En estas expresiones, Romanos 11:36 presenta una orientación a la vida que es radicalmente opuesta a los valores y pretensiones de la cultura modera. Es esta visión teocéntrica de la vida lo que quiero definir y explicar en este libro.

      La palabra principal del Antiguo Testamento para gloria es kavod, y la principal en el Nuevo Testamento es doxa. Existen algunos significativos matices cuando estas palabras se aplican a Dios en la Biblia. Por ejemplo, la gloria se usa para expresar las cualidades internas o los atributos de Dios. Se refiere a los aspectos esenciales de su ser tales como la excelencia, dignidad, valía, grandeza o belleza.

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