Скачать книгу

de las ciudades mesopotámicas. Todas las ciudades poseían un zigurat, uno solo, dedicado a su divinidad protectora; el de Nippur, llamado E-kour, «la casa de la montaña», estaba dedicado a Enlil. Al pie de la torre se hallaba el gran templo del dios, y allí fue donde Hilprecht, jefe de la misión y experto en materia de escritura cuneiforme, desenterró los archivos del templo, una colección de treinta y cinco mil tablillas, cantidad superior incluso a la de la biblioteca real de Assurbanipal. Resulta evidente que una cantidad tan grande de documentos no podía ser descifrada y publicada en un breve periodo de tiempo. Aún hoy, dos generaciones después de este acontecimiento arqueológico, la mayor parte de las tablillas sigue sin haber sido publicada, y se continúan descubriendo importantes cosas. Muchas tablillas están en sumerio, lengua que precedió al babilónico y al asirio semita, al menos en lo relativo a la lengua escrita de Mesopotamia, y son las que nos han proporcionado las bases de nuestros conocimientos de sumerio.

      Así pues, no resulta sorprendente que haya habido que esperar a 1914 para que apareciera la tablilla de Nippur con la versión sumeria del Diluvio. De hecho, la tablilla está incompleta, ya que carece de sus dos tercios superiores, y el texto presenta numerosas lagunas. Sin embargo, la historia es muy parecida a la narrada por Uta-Napishtim a Gilgamesh, a pesar del cambio de nombre del superviviente que, en la versión sumeria, se llama Ziusudra. En nuestra opinión, la última parte del texto es la que ofrece mayor interés. Mientras que la versión babilonia nos dice que Uta-Napishtim, después de acceder a la inmortalidad, debía vivir «lejos de aquí, en la desembocadura de los ríos», la versión sumeria precisa: «Anu y Enlil amaban a Ziusudra y, como a un dios, le concedieron la vida eterna. Entonces enviaron a Ziusudra, el rey, salvador de la vegetación y semilla de la humanidad, al país de la travesía, Dilmoun, país donde el sol sale, y le ordenaron que permaneciera allí».[32]

      El ejercicio del culto

      Aun teniendo en cuenta que la jerarquía sacerdotal variaba según los lugares y las épocas, podemos trazar los siguientes grandes rasgos:

      – el título de en («señor») se atribuía al sacerdote de mayor rango. Era, en cierto modo, el sumo sacerdote, considerado como el equivalente de un pontífice;

      – el sanga asumía, además de sus funciones de sacerdote de alto rango, las de administrador de los bienes del templo, lo que lo situaba directamente bajo la autoridad del jefe de la ciudad en cuestión;

      – el shabra, además de cumplir con sus funciones sacerdotales, podía también sustituir al sanga, para administrar los bienes del templo;

      – el ishib era considerado un exorcista que se dedicaba a los ritos de purificación, con ayuda de invocaciones y conjuros diversos;

      – el gudug (o shudug) se encargaba de efectuar las unciones santas y también tenía como tarea asumir algunas funciones administrativas;

      – el uri-gal, como sacerdote, no aparecería hasta más tarde, en los textos asirio-babilonios.

      Es acertado contar, además, a los gala o chantres religiosos, los en-si o adivinos, así como a las sacerdotisas dirigidas por la «Dama del Dios» (Nin-Dingir) según los vaticinios emitidos ante el Me, especie de pitonisa.

      La parte superior de los zigurats (torres con pisos) alojaba el sanctasanctórum (gi-gun) del templo sumerio, que sólo frecuentaban los sacerdotes.

      Además de las fiestas del año nuevo (véase más arriba), se celebraban otras en honor a las divinidades a lo largo de todo el año. Se llevaban a cabo procesiones, acompañadas de ofrendas a los ídolos ubicados en varios lugares, siguiendo un rito procesional preestablecido. La música no faltaba en estas ceremonias, donde sonaban flautas, cítaras y tamboriles, así como liras, arpas y tímpanos, como atestiguan los documentos de que disponemos.

      La civilización y la mitología egipcias

      Sólo en su verbo de piedra,

      Egipto ha sabido hablar la lengua de la eternidad.

Édouard Schuré, Sanctuaires d’Orient

      El antiguo Egipto carecía de religión,

      según los testimonios inscritos durante más de cuatro mil años;

      él era la religión en su acepción más amplia y más pura.

Schwaller de Lubicz, Le roi de la théocratie pharaonique

      ¿Ha existido en la historia alguna civilización que tuviera más sentimiento religioso que el pueblo egipcio?

      Si Herodoto daba sin ningún género de duda una respuesta negativa a dicho interrogante, cabe reconocer que el historiador contemporáneo de las religiones sólo podría suscribirse a esta opinión justificada, al no descubrir ninguna otra civilización en el mundo que haya poseído una cultura religiosa más amplia ni preocupaciones metafísicas más importantes que en el Egipto antiguo.

      Desde finales de la protohistoria egipcia hasta el iv milenio a. de. C., debieron de surgir un reino y una civilización unificados, al no estar Egipto sometido a ningún tipo de invasiones múltiples,[33] por su situación geográfica. En efecto, el valle del Nilo estaba protegido por el desierto, el mar Rojo y el Mediterráneo.

      Los orígenes de la civilización egipcia

      Si bien anteriormente solía ser costumbre plantearse sólo un origen oriental de la civilización egipcia, hoy no se pueden omitir de ningún modo las hipótesis relativas a un probable origen occidental.

      Bajo esta perspectiva, no es inadecuado recordar una exposición que tuvo lugar en 1973 en el Petit Palais de París, cuyo tema era «Egipto antes de los faraones».[34]

      Era cuando menos interesante, en efecto, admirar las piezas arqueológicas del iv milenio a. de C., entre las que había tanto paletas decoradas en relieve[35] que evocaban, sin duda, a la civilización sumeria, como estatuas antropomórficas de gran tamaño, sorprendentes, dotadas de un estilo completamente original (cultura Nagada I), que nada tenían que ver, al menos en apariencia, con una cultura oriental.[36]

      ¿Esta influencia «prefaraónica» era entonces de origen occidental?

      A juzgar por los documentos relacionados con el Libro de los Muertos de los antiguos egipcios,[37] estos «prefaraónicos» habrían tenido como antepasados a los «sirvientes de Horus», que estarían en el origen de la civilización egipcia y procedían, según los textos, del extremo de Libia, «de allí donde se pone el sol».

      Algunos arqueólogos, como Marcelle Weissen-Szumlanska, autora de Origines atlantiques des anciens Égyptiens,[38] se aferran, por tanto, a la hipótesis según la cual los orígenes del antiguo Egipto serían occidentales, tanto más cuanto que algunos descubrimientos arqueológicos permiten pensar en esta posibilidad.

      Con relación a la influencia oriental – y, por tanto, mesopotámica–, que es obviamente la más comúnmente admitida, Mircea Eliade apunta:

      […] En el iv milenio, los contactos con la civilización sumeria provocan una auténtica mutación. Egipto adopta el cilindro-sello, el arte de construir con ladrillo, la técnica de construir barcos, numerosos motivos artísticos y, sobre todo, la escritura, que aparece de repente, sin antecedentes, a principios de la I dinastía.[39]

      Las grandes etapas de la historia de Egipto: el Imperio Antiguo

      La historia de Egipto – con excepción de la parte prefaraónica– se divide en tres grandes periodos: el Imperio Antiguo, el Imperio Medio y el Imperio Nuevo.

      La primera

Скачать книгу


<p>32</p>

Extraído de la excelente obra de Geoffroy Bibby, Dilmoun, la découverte de la plus ancienne civilisation, ed. Calmann-Lévy, 1972.

<p>33</p>

Efectivamente, hubo que esperar a la invasión de los hicsos, en el siglo xvi a. de C., para que Egipto se volviera vulnerable.

<p>34</p>

Exposición organizada por Jacques Vandler, miembro del Institut de France, inspector general de los museos, encargado del departamento de Antigüedades Egipcias.

<p>35</p>

Como la denominada «de toro», que se encuentra en el Museo del Louvre.

<p>36</p>

Estos «hombres barbudos» – este es el calificativo que los arqueólogos les han otorgado– guardan relación con las culturas Nagada I y II que se extendían de Badari a Sisileh, en la parte sur del Nilo (véase el artículo de J. A. Boulain, aparecido en Archeologia, n.o 60).

<p>37</p>

Cuyo título exacto es Avanzando hacia la luz del día.

<p>38</p>

Omnium littéraire, París, 1965.

<p>39</p>

Mircea Eliade, op. cit.