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de El Capital, como ya apuntamos; formulada por Lenin en sus debates sobre el imperialismo; retomada más tarde por la revolución cubana en consonancia con el despertar de las insurgencias del Sur Global y teorizada en las últimas décadas por infinidad de investigaciones marxistas) despeja, a nuestro entender, la acusación superficial de “circulacionismo”, lanzada contra la TMD.

      Por su parte, la polémica cristalizada en los polos “exógeno” / “endógeno”, como claves explicativas dicotómicas de las razones del subdesarrollo y la dependencia latinoamericana, presente por ejemplo en el debate entre el historiador marxista argentino Rodolfo Puiggrós y el profesor alemán André Gunder Frank, publicada originariamente en 1965 en la revista mexicana El Gallo Ilustrado (Puiggrós 1969: 309-349) queda desdibujada a partir de Dialéctica de la dependencia. Aunque la posición de Puiggrós, centrada en los modos de producción internos a la sociedad colonial latinoamericana, fue retomada con mayor sofisticación por Agustín Cueva, Octavio Rodríguez y Enrique Semo, la exposición de Marini supera la forzada dicotomía endogenismo / exogenismo. La posición endogenista, por focalizar su mirada en las relaciones sociales internas, termina relegando a un segundo plano nada menos que la inserción de las formaciones económico sociales en el sistema mundial del capitalismo. La postura exogenista (primero formulada por algunos teóricos de la CEPAL, preocupados por lo que ellos denominaban “el deterioro de los términos del intercambio”, y luego radicalizada hasta sus últimas consecuencias por Gunder Frank desde un ángulo radicalmente polémico con la CEPAL), al enfatizar el predominio de la inserción en el mercado mundial, desdibuja y no permite delimitar la periodización histórica interna de las sociedades latinoamericanas, sin poder distinguir claramente América latina en el siglo XVI —recién conquistada— del mismo continente a fines del siglo XIX —habiendo alcanzado ya su independencia formal—, subestimando al mismo tiempo los procesos de guerra popular y rebeliones sociales que estuvieron en la base del proyecto bolivariano, por no mencionar la precursora revolución social y nacional triunfante en Haití.

      Por otro lado, la impugnación contra Marini, a quien se ha acusado de “estancacionista”, desconoce olímpicamente que, en Dialéctica de la dependencia, su autor no solo otorga un lugar destacado al desarrollo tecnológico y de fuerzas productivas en las sociedades dependientes, sino que incluso evalúa la posibilidad de que alguna de ellas, producto de ese mismo desarrollo, se transformen en semiperiferias subimperialistas (lo cual no implica de ningún modo presuponer que sus clases dominantes dejen de ejercer la superexplotación sobre “su” fuerza de trabajo y “su” clase obrera ni tampoco invisibilizar la ruptura del ciclo de reproducción del capital dependiente, por la ya mencionada escisión entre producción y consumo).

      Por último, cabe mencionar una de las acusaciones más cristalizadas y recurrentes en las vertientes eurocéntricas que, contra toda evidencia empírica, se empecinan terca y dogmáticamente en diluir, desdibujar y relativizar el proceso de superexplotación, tratando de reducirlo a un supuesto “producto natural” de la falta de productividad del trabajo en las sociedades dependientes del Sur Global. Apoyándose en lecturas superficiales, lineales y escandalosamente simplistas de El Capital, las posiciones más eurocéntricas directamente niegan la superexplotación, enfatizando que la notable diferencia salarial de la remuneración de la fuerza de trabajo que ejerce su actividad laboral en una unidad productiva ubicada en una sociedad capitalista desarrollada y la remuneración de la fuerza de trabajo contratada por la misma empresa, ejercida en una unidad productiva situada en una sociedad dependiente se explica exclusivamente por supuestas “diferencias de productividad” entre ambas. ¡Aunque las dos unidades productivas posean la misma tecnología, idéntica composición orgánica (relación entre capital constante y variable) y la misma destreza, formación y entrenamiento entre sus respectivas clases obreras! Según este exótico y extravagante “marxismo” (dudamos en clasificarlo como social-liberalismo o simplemente como apologistas vulgares del imperialismo; nos inclinamos preferentemente por esta segunda opción), en el capitalismo mundial no existirían asimetrías, jerarquías ni dominaciones de unas formaciones económico sociales sobre otras (Warren 1980; AA.VV. 1981, n.° 3-4, V. 8; Weeks 1984; Dore 1984; Harris 1987; Harris 2003). ¿El desarrollo desigual será, acaso, un truco de ilusionistas o el producto imaginario de mentes afiebradas que padecen el daltonismo del color rojo?

      Este tipo de reflexiones claramente apologéticas, aun recubiertas bajo el manto de presuntas “ortodoxias” débilmente apoyadas en citas deshilachadas y descontextualizadas de Marx, muy probablemente sean el resultado de lo que Agustín Cueva denominó alguna vez “la furia anti-tercermundista” (Cueva [1987] 2007: 151).

      Sin caer en semejantes despropósitos y disparates (que evidencian un desconocimiento preocupante y una notable falta de familiaridad con la obra completa de Karl Marx), también Alex Callinicos —un marxista refinado y erudito en otras materias, como la crítica de posmodernismo— niega de plano la noción de dependencia y en consecuencia la de superexplotación (Mercatante 2021: 13). Entre las varias razones por las cuales las niega se destaca, como no podía ser de otro modo, el remanido argumento de la supuesta “mayor productividad” (absolutamente fetichizada) de las firmas y empresas multinacionales de los capitalismos centrales (Callinicos 2011: 129).

      En cambio, Ernest Mandel asumió una posición bastante más matizada y menos indulgente que todas estas precedentes. Sin renunciar a la lectura “ortodoxa” y convencional de El Capital, admitió en varias obras la hipótesis del intercambio desigual para explicar “la explotación del Tercer Mundo” (sic), según sus propios términos (una forma de expresarse que generaría urticaria generalizada en Callinicos, por no mencionar los relatos apologéticos de Warren, Weeks, Dore y Harris [no incluímos en esta lista de vehementes y entusiastas anti-tercermundistas a Negri & Hardt, simplemente por vergüenza ajena]).

      En su Tratado de economía marxista, intentó incluso calcular empíricamente las transferencias de valores y capital, en gran medida expropiados y robados, por los capitalismos metropolitanos a las sociedades coloniales del Tercer Mundo (Mandel [1962] 1983, T. 2: 252-254), cálculo que hace suyo André Gunder Frank en una de sus obras más conocidas (Frank [1966] 1987: 273). Más tarde, en sus Ensayos sobre el neocapitalismo, Mandel vuelve sobre este problema y lo desarrolla aún más (Mandel [1968] 1976: 157-158). Finalmente, en su obra magna, El capitalismo tardío, señala que en la época del capitalismo tardío, “El intercambio desigual se convirtió en lo sucesivo en la forma principal de la explotación colonial” (Mandel [1972] 1980: 338-340). Aun así, nunca llegó a incorporar completa y explícitamente la noción de “superexplotación” como parte de su análisis sistemático del capitalismo mundial.

      De todas formas, esa actitud “dialoguista” expresada por Ernest Mandel hacia la teoría marxista de la dependencia (idéntica actitud había mostrado años atrás hacia las reflexiones teóricas del Che Guevara), le valió el ácido reproche de otros integrantes de su misma corriente. Por ejemplo, Héctor Guillén Romo escribió: “En este punto vemos como Mandel está aceptando implícitamente la teoría de la sobreexplotación del trabajo de Marini, la cual señala que en los países subdesarrollados el precio de la fuerza de trabajo se sitúa por debajo del valor. Pero surge la siguiente interrogante ¿no será más bien que el valor es otro? En efecto, creemos que el concepto de sobreexplotación se puede usar para períodos muy cortos, y que definitivamente es un error considerarlo una constante del sistema, ya que en este caso se corre el riesgo de caer en criterios morales para determinar el justo precio de la fuerza de trabajo” (Guillén Romo 1978: 86-87 [subrayado N. K.]).

      Apropiación y prolongación de Lenin en la obra de Ruy Mauro Marini y la teoría marxista de la dependencia

      Un antiguo y añejo debate medieval entre realistas y nominalistas dejó como una de sus principales conclusiones que suprimir una palabra del lenguaje no elimina la realidad a la que este término hace referencia. Por lo tanto, tachar y borrar el término “dependencia” o proscribir la palabra “imperialismo” en el ámbito de las ciencias sociales y los programas de investigación de ningún modo anula los procesos que dichas expresiones —centrales en las ciencias sociales y en particular en la teoría leninista del sistema mundial— pretenden explicar y comprender. La cruel realidad capitalista de nuestros días, atravesada por una crisis multidimensional sin antecedentes en la historia, sumada a una pandemia

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