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Construida con elementos heterogéneos (relato histórico, relaciones epistolares fingidas, cuentos fabulosos, etc.), es una obra miscelánea, a medio camino entre la biografía y el género novelesco, que gozó de gran éxito en la Antigüedad tardía y hasta bien entrada la Edad Media. La extraordinaria empresa conquistadora de Alejandro Magno se convirtió pronto en fuente inagotable de todo tipo de narraciones. Fruto de esa rica tradición literaria surge esta Vida y hazañas de Alejandro de Macedonia, compuesta a comienzos del siglo III d.C., en la época del reinado de los últimos Ptolomeos por un autor desconocido, posiblemente de origen egipcio y al que ahora conocemos como Pseudo Calístenes. Construida a base de elementos heterogéneos (relato histórico, relaciones epistolares fingidas, cuentos fabulosos, etc.), es una obra miscelánea, a medio camino entre la biografía y el género novelesco, que gozó de gran éxito en la Antigüedad tardía y hasta bien entrada la Edad Media. Tal vez fuera ello debido a su espontánea combinación de elementos maravillosos y relato histórico, a través de la cual la base biográfica real adquiere tintes legendarios: Alejandro aparece como el último héroe griego, destinado a convertirse en monarca de un inmenso imperio, que asciende a los cielos en un carro tirado por grifos, se sumerge en el fondo del océano en una bola de cristal y perece envenenado en la misteriosa Babilonia, en plena gloria y juventud.

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Tras los dos primeros volúmenes en la Biblioteca Clásica Gredos, que recogen los diálogos más socráticos de Platón, este tercer tomo reúne tres de sus obras más célebres: Fedón, Banquete y Fedro. Redactados en pleno periodo de madurez intelectual, estos diálogos no solo hacen gala de una profundidad filosófica de tal magnitud que ha jalonado la historia del pensamiento occidental, sino que además demuestran la capacidad lingüística y artística de Platón, capaz de ofrecer algunas de las páginas más bellas de la literatura antigua. Publicado originalmente en la BCG con el número 93, este volumen presenta la traducción de los siguientes diálogos platónicos: Fedón (a cargo de Carlos García Gual), Banquete (firmada por Marcos Martínez Hernández) y Fedro (realizada por Emilio Lledó Íñigo).

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En el siglo XIX se destacó la actitud escéptica y racionalista de Eurípides frente a la religión tradicional; en el XX se ha hecho hincapié en su tratamiento de las fuerzas irracionales que puede liberar el corazón humano. Fenicias es la tragedia más larga de Eurípides y una de las más complejas por su abundancia de personajes y situaciones. Ambientada en Tebas, se centra en la lucha por el poder entre los hermanos Eteocles y Polinices tras la caída de su padre Edipo. Eurípides, con su continuo afán innovador, aborda aquí las conocidas vicisitudes del mito tebano (desde el matrimonio de Edipo y Yocasta hasta el enfrentamiento entre Antígona y Creonte), pero rompe con la tradición y adapta los acontecimientos y los personajes a su conveniencia para ofrecer una obra sorprendente. En Orestes, el protagonista enloquece tras dar muerte a su madre Clitemnestra, asesina de su esposo Agamenón. Electra tiene cuidado de él mientras ambos están a punto de ser juzgados por los ciudadanos de Argos con el cargo de matricidio. Solicitan en vano la ayuda de Menelao, hermano de Agamenón, y tratarán de obligarle mediante el rapto de su esposa Helena. Sólo la intervención de Apolo logrará introducir un desenlace. Al igual que hiciera en Electra, Eurípides da a sus personajes un tratamiento realista y humano que les aleja de sus orígenes arquetípicos, lo cual debió de asombrar al público ateniense. En Ifigenia en Áulide aparece Agamenón en el trance de tener que sacrificar a su hija Ifigenia en la población del título para propiciar el éxito de la expedición griega a Troya. Trata de salvarla mediante argucias, a las que se opone su hermano Menelao. Marcada por la violencia, esta tragedia ha sugerido a muchos espectadores una denuncia contra la locura de la guerra, en la que una joven inocente debe morir por una profecía en la que pocos creen. Bacantes trata la introducción en Grecia del culto a Dionisio, una religión muy distinta de la tradicional olímpica. Dioniso llega a Tebas y enloquece a las mujeres, que celebran sus ritos en el monte Citerón. Desgracias terribles caen sobre los que se oponen a su divinidad. Bacantes, con su acción feroz y los éxtasis de sus odas corales, es el mejor reflejo del espíritu dionisíaco en toda la literatura, y la única tragedia ática conocida que tiene a un dios como protagonista.

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El orador y filósofo griego Dión de Prusa (o Crisóstomo) predicó una doctrina de moderación y contentamiento en sus viajes por toda Grecia y Asia Menor. Filóstrato incluye a Dión de Prusa (también llamado Dión Crisóstomo, «boca de oro») en el movimiento de la sofística, aunque aclara que por su personalidad y por su obra rebasa las categorías angostas. En efecto, este orador, filósofo e historiador griego del siglo I d.C., nacido en la pequeña ciudad de Prusa, en la provincia romana de Bitinia (noroeste de la actual Turquía), pronunció discursos en varias situaciones de las que atraían a los sofistas, y algunas de sus ochenta piezas oratorias conservadas son inequívocamente de lucimiento y exhibición retórica, sobre asuntos triviales ajenos a las grandes cuestiones del pensamiento. Incluso uno de sus discursos, Contra los filósofos, justifica la expulsión de los filósofos de Roma e insta al destierro de los seguidores de Sócrates y Zenón. Sin embargo, otra vertiente de sus discursos responde a los planteamientos de las filosofías cínica y estoica concernientes a la ética y, en general, al modo de vivir: una sencillez integrada en la naturaleza. También abordó temas de política. En esta faceta seria de su producción trató temas como la esclavitud y la libertad, el vicio y la virtud, la libertad, la esclavitud, la riqueza, la avaricia, la guerra, las hostilidad y la paz, el buen gobierno y otras cuestiones morales. El emperador Domiciano le expulsó de Roma (donde residió una temporada) y de Italia a raíz de una relación con conspiradores, lo que propició que Dión viajara por el Imperio, con una modestia y una pobreza extremas. El nuevo emperador, Nerva, revocó el castigo, y Dión trabó amistad con el sucesor de éste, Trajano, al que dirigió más de un discurso encomiástico, y quien se dice que le llevó en su carro en su triunfo dacio. Dión pasó los últimos años de su vida en su Prusa natal, donde participó activamente en la política.

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Luciano es el escritor griego del siglo II más influyente en la literatura europea: fue muy leído en el Renacimiento, es el creador del diálogo satírico y ha inspirado a autores como Erasmo, Quevedo, Swift o Voltaire. En su obra brillan el estilo ligero, el ingenio y la enorme versatilidad. Luciano (Samósata, a orillas del Éufrates, h. 120-h.180 d.C.) es el escritor griego del siglo II más influyente en la literatura europea: fue muy leído en el Renacimiento, es el creador del diálogo satírico y ha inspirado a autores de la talla de Erasmo y Quevedo, Swift y Voltaire. Poco sabemos a ciencia cierta de su vida, pues la mayoría de los datos biográficos son de fuentes ficcionales y es difícil determinar su veracidad. Estas noticias nos dicen que fue escultor y abogado en Antioquía, para después viajar por toda la cuenca mediterránea como sofista, dando conferencias sobre temas diversos, en tiempo de Marco Aurelio. Siempre según fuentes dudosas, residió unos años en Roma, y más de veinte en Atenas, donde habría escrito la mayor parte de sus obras, que habría leído en varias ciudades griegas. Ya era viejo cuando fue designado para un cargo en la cancillería del prefecto en la administración romana de Egipto. Su habilidad literaria, su humor, el estilo claro y su afán crítico y satírico, su ingenio y fantasía, lo destacan entre sus contemporáneos, en la brillante época denominada Segunda Sofística. Luciano lleva a la perfección la agudeza aticista y el talento satírico en la recreación del legado clásico, que revitaliza a fuerza de mordacidad e ironía. Tampoco los contemporáneos estuvieron a salvo de su vitriolo: lo prueban filósofos, retóricos, profetas y doctores del siglo II. Luciano no se tomó demasiado en serio el pensamiento y menos la filosofía; se dedicó a componer discursos y tratados de gran ingenio, a veces desternillantes, que pretendían entretener y divertir más que analizar y profundizar. Luciano bebe de varias fuentes: la retórica sofística (con su habilidad para la anécdota y el argumento), el diálogo platónico (en la forma), la Comedia Antigua (por la fantasía), la sátira menipea y la diatriba cínica. No fue ni filósofo ni un sofista típico; se dedicó a escribir y pronunciar sus conferencias con gran independencia, en su vena de escepticismo radical y con un espíritu antidogmático que desenmascara lo que considera sistemas de pensamiento fraudulentos de charlatanes y embaucadores, además de ser azote de vicios y corruptelas. Se hizo famoso en su tiempo y tuvo amistades influyentes; las obras que pronunció debieron de circular pronto en forma de libro. Los escritos de Luciano son numerosos y muy varios. Incluyen ejercicios de retórica (Elogio de la mosca), el escrito autobiográfico El sueño o el gallo, el Tratado sobre cómo escribir la historia, numerosos escritos más o menos filosóficos (La pantomima, El pecador), diálogos satíricos y morales (Diálogos de los dioses, Diálogos de los muertos, Diálogos de las cortesanas, Caronte el cínico, Prometeo, La asamblea de los dioses), diálogos literarios (El parásito), libelos (El maestro de retórica), novelas satíricas (Historia verdadera, El asno) y parodias de tragedia (El pie ligero, La tragedia de la gota). Aquí aparecen recogidos en cuatro volúmenes, según la ordenación tradicional. En Luciano de Samósta brillan el estilo ligero, el ingenio fértil y la enorme versatilidad. Es el autor griego del siglo II más influyente en la literatura europea.

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Las tres obras de este volumen expresan sendas admiraciones de Tácito: por el general romano Agrícola, con sus campañas en Britania, por los germanos, adversarios de la grandeza de Roma, y por la oratoria de la era republicana. Agrícola es la primera obra de índole historiográfica de Tácito, tras su inicial cultivo de la retórica. Este estudio que dedica a su suegro, Julio Agrícola, aúna los géneros de la biografía y el tratado histórico: pues si la parte inicial consiste en una laudatoria semblanza de Agrícola, paradigma de virtus romana, el grueso de la obra está dedicado a sus logros militares y administrativos en Britania. El relato de estas actividades se enriquece con descripciones etnográficas y geográficas, y contiene varias denuncias más o menos veladas de la tiranía de Domiciano. La manifiesta simpatía de Tácito por los germanos y su conocimiento de este pueblo septentrional adversario de la grandeza de Roma se manifiesta en Germania, estudio etnográfico que, por la multitud de datos que ofrece, constituye el documento más valioso para su conocimiento. Una primera parte se ocupa de aspectos como la geografía física, las instituciones, la vida privada y el ejército; después se describen las peculiaridades de cada etnia por separado. Tácito concluye que los germanos, a pesar de su carácter primitivo y sus debilidades, aventajan a los romanos en valores que éstos han ido perdiendo, como la entrega y el compromiso con la patria. Por ello, además de un estudio serio, este breve escrito es una crítica indirecta a la sociedad de su tiempo. El Diálogo sobre los oradores refleja el interés que Tácito sintió por la oratoria en su juventud. De raigambre ciceroniana , consiste en el diálogo, situado en el año 75, entre Curiacio Materno, poeta, el orador y abogado Aper y Mesala, experto en retórica, acerca de la decadencia de este arte, que en la era imperial se había tornado muy inferior al de la República; al tiempo que se lamenta esta merma, se aducen posibles causas política e históricas.

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Catulo fue el primer poeta antiguo que describió todo un proceso amoroso apasionado, con lo que creó el género elegíaco latino. Tibulo es, con Propercio, el mejor de sus continuadores. Este volumen reúne los versos de dos de los tres grandes poetas elegíacos romanos (el otro es Propercio, a quien se ha dedicado otro tomo de esta colección). Catulo (Verona, h. 84-h. 54 a.C.) fue, además, el creador de este género. De familia rica, viajó en su juventud a Roma, donde se introdujo en los círculos literarios de los que darían en llamarse neotéricos o novi poetae («nuevos poetas»), quienes tomaron como modelos no a sus antepasados romanos, sino a Calímaco y a los poetas griegos helenísticos, así como a líricos de siglos anteriores como Safo. Lo poco que sabemos de él es lo que revelan sus poemas, y lo principal de esto es su tempestuosa y apasionada relación con una mujer casada y bien situada, a la que se dirige con el nombre de Lesbia, pero que debió de llamarse Clodia en realidad. Catulo le dedica veinticinco poemas que abarcan todas las variantes del proceso amoroso, con múltiples y extremados altibajos. Estos poemas son los que más se recuerdan de su producción, que también incluye piezas de índole diversa (incidentes de la vida diaria, sátiras, críticas políticas, epitalamios…). Albio Tibulo (h. 55-19 a.C.), al parecer un importante caballero romano, se distinguió también en el cultivo de la poesía elegíaca. Amigo de Horacio y Ovidio, compuso dos libros de elegías, predominantemente amorosas, dedicadas a Delia (pseudónimo de Plania), a un muchacho (Marato) y a una chica (Némesis). Tibulo exaltó el amor romántico y apasionado, así como la bondad de la vida en el campo, y dedicó varios versos a su amistad con el gran político M. Valerio Mesala Corvino (al que probablemente acompañara en varias campañas). Su poesía pone de manifiesto delicadeza de sentimientos, cultura sin ostentación y buen gusto, así como un fino sentido del humor.

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Los abundantes viajes de Heródoto por el ámbito mediterráneo y más allá le permitieron no sólo conocer multitud de escenarios relacionados con su Historia, sino conocer culturas y concepciones del mundo diversas. Heródoto nació en Halicarnaso de Caria, en la costa sudoccidental de Asia Menor, poco antes de la campaña del persa Jerjes contra Grecia (480-479 a.C.). Como otras ciudades de la zona, Halicarnaso se hallaba bajo una tiranía apoyada por Persia; su familia conspiró contra el tirano Lígdamis, cuyo triunfo final determinó el exilio de Heródoto a la isla de Samos. Aquí entró en estrecho contacto con el espíritu jonio y amplió el bagaje cultural adquirido en su patria. Después, aprovechando una época de distensión entre griegos y persas, viajó a los principales lugares de la Tierra conocida en sus días, donde recopiló toda suerte de informaciones (en la historiografía griega el procedimiento básico era la observación personal y las fuentes orales, a diferencia de la moderna, más libresca): Egipto –ciudades del Delta del Nilo, Heliópolis, las pirámides, Menfis, El Fayu, Tebas y Elefantina–, Fenicia, tal vez Mesopotamia, Escitia (actual Ucrania), la Magna Grecia y Sicilia. No pudo, en cambio, visitar el Mediterráneo occidental, dominado por una Cartago que rechazaba a los griegos. Además, recorrió la mayoría de las islas y regiones de la cuenca Egea, de Asia Menor y de la Grecia continental, y sin duda residió un tiempo en Atenas. Obtuvo la ciudadanía de Turios, donde se consagró a la redacción de su obra, que no quedaría terminada hasta los primeros años de la Guerra del Peloponeso. Se ignora la fecha (c. 430 a.C.) y el lugar de su muerte, sumida en la bruma que él disipó de la historia. A partir del libro VII se aborda el último y más crucial enfrentamiento entre griegos y persas: la Segunda Guerra Médica. Tras la muerte de Darío cuando se disponía a organizar una nueva campaña contra Grecia, Jerjes, el nuevo monarca, decide entrar en guerra y lanza una formidable expedición desde las diversas zonas del imperio. El ejército cruza el Helesponto por unos puentes hechos ex profeso y avanza hacia el norte de Grecia, con innumerables efectivos terrestres y navales. Heródoto describe los preparativos de la resistencia griega, la progresión naval y terrestre de los persas hasta el sur de Tesalia y el enfrentamiento en las Termópilas (por tierra) y en Artemisio (por mar).

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El pensador que mejor supo unir racionalidad y alegría ética – Tratado teológico político – Tratado político. Sostuvo que el sabio es alegre por definición y se opone siempre a la tristeza, y que sin alegría el pensamiento es menos productivo y creador. Tan lejos del optimismo ingenuo como del pesimismo moral e ideológico, su objetivo fue comprender en vez de juzgar. Serenidad, cautela y honestidad fueron los valores que sustentaron la vida y la obra de Spinoza, con una coherencia poco frecuente en el mundo intelectual.

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El relato del fin de la República conecta con maestría las fuerzas económicas, sociales y políticas. En el haber de la tarea de Apiano los estudiosos han destacado su acertada distribución de los heterogéneos materiales que maneja y su acceso a fuentes que no conoceríamos de no ser porque las conservó y mencionó en su Historia, las cuales contienen datos e interpretaciones de suma relevancia para la historiografía política. Por añadidura, como griego de las provincias, Apiano aporta varios elementos de interés: un novedoso enfoque periférico del imperio, la inclusión de aspectos que un romano no consignaría por resultarle ajenos y la exposición de paralelismos entre instituciones romanas y griegas. Apiano se consideraba heredero de los historiadores clásicos: Heródoto, Tucídides y Jenofonte, pero no los plagia ni imita. Su lenguaje revela la imbricación de la cultura grecorromana; lejos de afectar un aticismo artificial, resulta claro y sin pretensiones, entiende el estilo como deliberado vehículo para la transmisión efectiva de informaciones.