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Terencio determinó en buena medida el gusto y el lenguaje de la comedia en el periodo clásico. El comediógrafo latino Publio Terencio Afro estrenó entre los años 170 y 160 a.C. sus seis obras, todas las cuales se han conservado. Según Suetonio (que es la fuente principal de que disponemos en relación a este autor) nació en Cartago y fue un esclavo liberto que se acabó introduciendo en los círculos de la nobleza romana. Hizo un viaje a Grecia, a cuyo regreso por mar habría muerto (159 a.C.). Sus seis comedias son Andria, La suegra, Formión, El eunuco, Heautontimorumenos (El que se atormenta a sí mismo) y Los hermanos. Como Plauto, siguió el modelo de la Comedia Nueva griega, en especial a Menandro, a la que añadió un mayor tratamiento psicológico y realista de los personajes, lo que acerca un tanto sus comedias al drama, y un argumento de líneas más nítidas. Sus personajes son los mismos que los de Plauto (esclavos, parásitos, cortesanas, miles gloriosus…), pero se distinguen de ellos por la mayor intencionalidad moral de su tratamiento.

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Los teoremas euclidianos han marcado tanto la geometría que se siguen impartiendo en las escuelas, y sólo algunos modelos contemporáneos, llamados «no euclidianos», han creado parámetros y espacios distintos. Este matemático y geómetra griego, llamado «Padre de la Geometría», es una figura brumosa pese a ser el nombre más célebre de la matemática de la Antigüedad. Sabemos que nació hacia hacia 325 y murió hacia 265 a.C., y que vivió en Alejandría durante el reinado de Ptolomeo I Sóter. El resto de noticias relacionadas con él son conjeturas; se ha llegado a suponer que no fue el autor efectivo de las obras a él atribuidas sino el director de un grupo de estudiosos alejandrinos, e incluso que el nombre no correspondió a una persona real, sino a un equipo de matemáticos que lo adoptó colectivamente. Sea como fuera, la obra principal de Euclides son los Elementos, uno de los tratados científicos más célebres del mundo. Se trata de un compendio de geometría que engloba todo el saber de su tiempo acerca de esta disciplina: más que una obra repleta de conocimientos originales y novedosos, es una brillante síntesis y sistematización de cuestiones ya existentes; es, pues, en la reunión y exposición de los materiales donde hay que situar su virtud. La geometría euclidiana es aquella que estudia las propiedades del plano y el espacio tridimensional. Se ha mostrado tan válida que sus teoremas todavía se imparten hoy en las escuelas, y hay algunos tan arraigados en el acervo común, como el celebérrimo teorema de Pitágoras, que las conocen hasta los legos en geometría.

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Dion Casio narra en estos cuatro libros, con minuciosidad y fina ironía, los acontecimientos del 43 al 33 a. C., años que fueron cruciales en la historia de Roma, porque en ellos se pone fin a la República y se gesta el Imperio. Dion Casio narra en estos cuatro libros los acontecimientos del 43 al 33 a. C., años cruciales en la historia de Roma, porque en ellos se pone fin a la República y se gesta el Imperio. Tras el asesinato de César se produce en Roma un vacío de poder que intentan ocupar los líderes de cuatro facciones. Por un lado están los asesinos de Julio César, comandados por Bruto y Casio: eran defensores de la República, pero cometieron el error de no tener trazado un plan para después de la muerte de César. Otro bando lo dirige Sexto Pompeyo, que aglutinó a los seguidores de su padre, Pompeyo Magno, derrotado por César unos años antes. Y de otro lado están los seguidores de César, que acabaron divididos en otras dos facciones: los partidarios de Marco Antonio y los partidarios del joven Augusto. Dion relata con minuciosidad y fina ironía los sucesos de estos turbulentos años: la secreta conjuración entre César, Antonio y Lépido (segundo triunvirato); las frágiles alianzas, pues se hacían para no ser cumplidas; los continuos cambios de bando; el ambiente de terror en Roma, donde todo el que aparecía en la listas de proscritos podía ser asesinado impunemente por cualquiera (así muere Cicerón); la magistral descripción de la batalla de Filipos; los divorcios y los sorprendentes matrimonios por interés político; los amores de Marco Antonio con Cleopatra y los de Augusto con Livia… Al final sólo quedan frente a frente Antonio y Augusto.

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Las 'Obras Menores' se componen de: Hierón, Agesilao, La República de los Lacedemonios, Los ingresos públicos, El jefe de la caballería o El hipárquico, De la equitación, De la caza. Hierón. Agesilao. La república de los lacedemonios. Los ingresos públicos. El jefe de la caballería. De la equitación. De la caza. Hierón: Da la impresión al comienzo de que va a plantear una cuestión meramente individual, como es la del mayor o menor placer que pueden disfrutar el tirano o el ciudadano. Mas, a medida que se avanza en la lectura, se constata que los diversos aspectos de la vida pública se apoderan del diálogo y que, en realidad, si al tirano no le va bien, es porque está enfrentado con toda la ciudad. Agesilao: Es un elogio con dos partes bien diferenciadas; la primera resume la vida del rey Agesilao y la segunda exalta sus virtudes principales. La república de los lacedemonios: Es un escrito de alabanza y admiración del régimen político de Esparta. El autor entiende que la pasada grandeza de Esparta se debe a su sistema de vida, superior al del resto de los griegos, que ha compensado con creces su escasa población. Los ingresos públicos o Las rentas: Este opúsculo constituye, posiblemente, el último escrito de Jenofonte. El fin del escrito es alcanzar la autarquía en el terreno económico, ya que la vía imperialista ha resultado un fracaso estrepitoso que no ha dejado más que el recelo de los demás pueblos griegos. El jefe de la caballería o El hipárquico: Es un tratado técnico sobre los deberes que ha de tener en cuenta el jefe de la caballería para poder mejorarla y granjearse, a la vez, las simpatías del Consejo. Pertenece, pues, a la literatura didáctica. De la equitación: Es el mejor tratado técnico de Jenofonte. Es una pieza maestra y subraya su perfecta ordenación en contraste con el De la caza. El tratado va unido al El jefe de caballería, cuyos contenidos se complementan según el propio autor. De la caza: Se duda si realmente esta obra pertenece a Jenofonte. Consta de trece capítulos en los que analiza todos los factores que afectan a esta actividad, desde el origen mitológico a hasta una alabanza de los auténticos cazadores frente a los políticos ambiciosos que van a la caza de amigos.

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Síntesis grandiosa de lírica, ciencia y filosofía, La naturaleza, el mayor poema latino con la Eneida, arquetipo de poesía científica e insólita muestra de didactismo inspirado, parte de la doctrina física atomista para liberar al hombre de sus miedos a la muerte y a los dioses. Muy poco sabemos a ciencia cierta de Tito Lucrecio Caro (primera mitad del siglo I a.C.), quien sin embargo es autor de uno de los mayores poemas de toda la latinidad. De rerum natura, su única obra conocida, es un poema didáctico en seis libros, un inusitado caso de poesía científica, en el que se expone de modo detallado el sistema físico de Epicuro, basado en el atomismo de Demócrito y Leucipo. Además de ser un gran tratado acerca del mundo material que pretende dar cuenta de los mecanismos y la esencia íntimos de la realidad, La naturaleza lo aborda todo: la composición del universo, formado por átomos y vacío, el carácter del conocimiento, del alma (explicación de los sueños, de los efectos psicológicos del miedo y la inseguridad) y de la mente, la historia del mundo y de la humanidad, el funcionamiento de los movimientos celestes, de los fenómenos meteorológicos… Todo este asombroso saber enciclopédico, y el convencimiento con el que se expresa, no tiene como fin, sin embargo, la mera erudición ni el acúmulo de datos, sino que persigue una finalidad ética: liberar al hombre de sus miedos a través de la explicación racional sobre la materialidad del mundo. Sin embargo, esta materialidad no impide el libre albedrío, puesto que el hombre es capaz de comprender los mecanismos más recónditos del todo y adaptarse a ellos, a fin de llevar una vida basada en la serenidad y el placer mesurado. He aquí, pues, que un poema de fondo filosófico materialista deviene fuente de liberación y aun de salvación personal.

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Símaco fue el último gran orador romano dentro de la tradición clásica y el último senador cuya correspondencia se recogió y publicó. Sus cartas reflejan los intereses sociales e intelectuales de una aristocracia cultivada y ociosa. Quinto Aurelio Símaco (h. 340-h. 402 d.C.) fue, además de prefecto de Roma durante un año, un destacado orador y prosista. Perteneció a una de las más distinguidas familias senatoriales romanas, que poseía grandes territorios en África, Numidia, Sicilia y el sur de Italia. Se puso dos veces del bando de un emperador usurpador: Máximo en el 383 y Eugenio en el 392-4. En ambas ocasiones logró congraciarse con Teodosio después de la derrota y muerte del adversario (Teodosio necesitaba su apoyo, pues era una de las cabezas visibles de la clase senatorial). Símaco era pagano, y es una ironía de la historia que fuera él quien recomendara a san Agustín para el puesto de profesor de retórica en Milán. Su correspondencia consiste en unas novecientas cartas repartidas en diez libros, de cuya edición se encargó su hijo tras su muerte. Los nueve primeros están compuestos por misivas personales acerca de circunstancias privadas, dedicadas más a las relaciones sociales que a la información acerca de hechos públicos, y reflejan los intereses sociales e intelectuales de una aristocracia cultivada y ociosa. El libro décimo consta de las Relationes, los informes oficiales enviados por Símaco al emperador Valentiniano II; está formado por cuarenta y nueve despachos, de los cuales algunos son saludos formales y muchos se refieren a complejas cuestiones legales que implican conflictos de leyes, y muestran el modo de proceder obsesivamente concienzudo de los gobiernos romanos de época tardía en algunos campos.

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El tratado Sobre la abstinencia es, junto con «Sobre el consumo de carne» de Plutarco, el más sólido texto filosófico de la Antigüedad grecolatina contra el consumo de carne animal y en defensa del vegetarianismo por motivos éticos. Porfirio (Tiro, 233-h. 305 d.C.) es conocido sobre todo en su calidad de discípulo de Plotino, responsable de la edición y publicación de sus obras completas (que ocupan tres volúmenes de esta colección) y autor de una completa biografía de su maestro (Vida de Plotino, también en B.C.G.). Sin embargo, Porfirio tiene además un interés propio como autor. Aceptó la doctrina neoplatónica a raíz de su encuentro con Plotino en Roma, en 262, pero ya poseía una sólida formación filosófica, que había adquirido en Atenas. De él nos han llegado veintiún escritos, bastantes menos de los que se le atribuyeron en la Antigüedad, pero suficientes para darnos una idea de la enorme cultura de este pensador que comentó a los grandes filósofos, fue un buen filólogo y supo de matemáticas y astronomía, religión y teología, gramática, retórica y crítica literaria, historia y filosofía. A esta erudición enciclopédica unía Porfirio una religiosidad ilustrada propia de su tiempo, y como una de las últimas grandes figuras del helenismo pagano, con influencias orientales, combatió el auge del cristianismo. El tratado Sobre la abstinencia es, junto con Sobre el consumo de carne de Plutarco, el más sólido texto filosófico de la Antigüedad grecolatina contra el consumo de carne animal y en defensa del vegetarianismo por motivos éticos. Porfirio sostiene que comer carne constituye un grave delito pues requiere dar muerte a seres inocentes dotados de vida, sensación, memoria e inteligencia como nosotros, y que están emparentados con nosotros. Los humanos han justificado el matar animales afirmando que pertenecen a especies inferiores carentes de racionalidad; Porfirio responde que el grado de racionalidad que se posea o el uso de diferentes formas de lenguaje no son características moralmente relevantes que justifiquen poder matar a los animales para comerlos. Aparte de su brillantez argumentativa y su sorprendente modernidad, este tratado posee gran interés por los pasajes y mitos que recoge, testimonios singulares sobre el orfismo y el pitagorismo y sobre algunos filósofos antiguos, todos ellos encaminados a ilustrar y reforzar la tesis dietética, ética y filosófica que se expresa en el título.

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Las obras de Eutropio y de Aurelio Víctor, junto con la de Amiano Marcelino, son una positiva nota de contraste en el alicaído panorama historiográfico del Bajo Imperio posterior a la obra de Tácito. Este volumen reúne dos textos de temática afín y muy próximos en el tiempo. De Eutropio, alto funcionario romano de la segunda mitad del siglo IV d.C., nos llega el Breviario o Breviarium ab urbe condita en diez libros, un panorama a vista de pájaro de la historia de Roma desde su fundación hasta la muerte del emperador Joviano y la subida de Valente al poder en el 364. Se trata de una obra concienzuda y rigurosa, que informa acerca de los hechos principales, sobre todo militares y del extranjero, en una narración cuidadosamente estructurada que no hace concesiones a excursos ni a preciosismos estilísticos. Eutropio es el mejor de los muchos autores de epítomes, y su obra gozó de gran popularidad durante siglos. Libros de los césares, por su parte, es un compendio histórico de Sexto Aurelio Víctor, nacido en África hacia el año 320, de origen humilde, y gobernador de Panonia Segunda. La obra es un resumen de la historia de Roma desde Augusto a Juliano (360). Víctor trata la historia de Roma por reinados, con un método biográfico. Pero al mismo tiempo intenta rebasar los límites de la biografía y establecer relaciones de causalidad histórica, sin abstenerse de introducir juicios de valor morales y políticos. Así pues, su ambicioso propósito consiste en escribir una historia del Imperio Romano que combine el interés por la personalidad individual de los emperadores y una valoración moral general del Imperio. Las obras de Eutropio y de Aurelio Víctor, junto con la de Amiano Marcelino, son una positiva nota de contraste en el alicaído panorama historiográfico del Bajo Imperio posterior a la obra de Tácito. Los autores cristianos –san Jerónimo, san Agustín, Orosio– se aprestaban ya a tomar el relevo en la narración de la historia.

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El epistolario de Libanio es el más abundante de cualquier autor de la Antigüedad clásica. Las cartas incluidas en esta selección son un rico reflejo de la política del siglo IV, pues van dirigidas a gran variedad de personajes públicos. Libanio (314-h. 393 d.C.), retórico griego nacido en Antioquía (Siria), es un claro exponente de las posibilidades de ascensión social que abría el hecho de destacarse literariamente en el siglo IV. Estudió en Atenas y ejerció la enseñanza de la retórica en Constantinopla y en Nicomedia (Bitinia, actual Turquía). En el 354 obtuvo una cátedra de retórica en su ciudad natal, donde permaneció el resto de su vida. De formación y creencias paganas, tuvo sin embargo a varios cristianos destacados como alumnos: Juan Crisóstomo, Basilio el Grande, Gregorio Nacianceno… Libanio disimuló sus sentimientos paganos durante los reinados de Constante y Constancio, y los pudo liberar en el periodo de Juliano (llamado el Apóstata por los cristianos, debido a su retorno a los cultos y las prácticas del paganismo); a pesar de ello, pudo ganarse el favor de los emperadores cristianos posteriores Valente y Teodosio: este último llegó a nombrarle prefecto honorario. En este volumen se incluyen los cinco primeros libros de su epistolario, la colección de cartas más extensa que conocemos de cualquier autor de la Antigüedad clásica (consta de cerca de mil seiscientas). Libanio mantuvo correspondencia con casi todos los personajes relevantes de su tiempo, por lo que las misivas aquí incluidas poseen gran valor e interés históricos.

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El senador y prefecto Símaco fue el último gran orador romano dentro de la tradición clásica. Quinto Aurelio Símaco (h. 340-h. 402 d.C.) fue, además de prefecto de Roma, un destacado orador y prosista. Perteneció a una de las más distinguidas familias senatoriales romanas, que poseía grandes territorios en África, Numidia, Sicilia y el sur de Italia. Se puso dos veces del bando de un emperador usurpador: Máximo en el 383 y Eugenio en el 392-4. En ambas ocasiones logró congraciarse con Teodosio después de la derrota y muerte del adversario (Teodosio necesitaba su apoyo, pues era una de las cabezas visibles de la clase senatorial). Símaco era pagano, y es una ironía de la historia que fuera él quien recomendara a san Agustín para el puesto de profesor de retórica en Milán. Los Informes están extraídos del libro décimo de su correspondencia. El más conocido de ellos es el que, en su calidad de prefecto, dirigió al emperador Valentiniano II, en el cual defiende las antiguas instituciones religiosas frente al auge del cristianismo. Le insta a devolver al edificio del Senado el Altar de la Victoria, símbolo de la grandeza de Roma donde los senadores ofrecían incienso al inicio de las sesiones desde tiempos de Augusto, y que Constantino II y Graciano habían ordenado retirar por considerarlo una ofensa al cristianismo. El famoso informe de Símaco es una equilibrada petición de tolerancia religiosa para evitar una uniformidad impuesta y de respeto por las tradiciones del pasado. En cuanto a los discursos, Símaco fue considerado uno de los grandes oradores de su tiempo. Se admiraba su erudición y su atención a los clásicos de la literatura romana. De los ocho discursos suyos que conservamos en estado fragmentario, dos son panegíricos dirigidos a Valentiniano, uno al hijo de éste y coemperador Graciano, dos discursos pronunciados en el Senado (proclaman el alivio de este órgano ante el nuevo acercamiento político entre el Senado y el emperador) y otros tres en el Senado en nombre de particulares. Por su correspondencia y por otras referencias sabemos de muchos otros discursos pronunciados por Símaco y tal vez reunidos en edición completa que no se conservan.